jueves, 10 de febrero de 2011

Una arquitectura llena de color

La arquitectura popular de diversas regiones de México es una fiesta y un homenaje al color, que cubre tanto los muros como los muebles. Desde la cuna hasta la tumba se manifiesta en las casas, calles, plazas y cementerios de pueblos y ciudades.
Teotihuacán, Cacaxtla, Xochicalco, Uxmal, Chichén-Itzá, Kabah, Bonampak y Tikal fueron conjuntos coloreados, como también lo fueron las arquitecturas de Egipto, Creta, China, Grecia o del islam. Las pirámides de las culturas tolteca y maya eran policromas: rojo oscuro, ocre, verde esmeralda y azul ultramar cubrían cornisas, muros y cámaras, logrando integrar pintura, escultura, arquitectura y paisaje. El color también estalló en los exteriores y en los interiores de las iglesias de la Colonia.
La aplicación y el simbolismo del color se debe a preferencias estéticas, morales o religiosas que evocan épocas: el blanco del Mediterráneo, el rojo intenso de la ciudad prohibida de Pekín o la ciudad de Fatepur Sikri, los rojos y ocres del norte de Italia, los colores tierra del desierto de Arabia o el arco iris de los portales de Tlacotalpan.
En México, durante el siglo pasado, esos juegos cromáticos incluyeron los primeros murales modernos: Herrán, González Camarena, Montenegro, Orozco, Siqueiros y Diego Rivera, entre otros.
Ya con la irrupción del racionalismo, Juan O’Gorman, en la casa-estudio Diego Rivera, utilizó el azul añil y el rojo tostado, no sólo en los muros, sino en los volúmenes del conjunto. Más adelante, a medida que la influencia del funcionalismo internacional se hizo evidente entre los arquitectos mexicanos, las obras se convirtieron –poco a poco– en monocromáticas.
Como parte de la reacción en contra del abuso de las fachadas de cristal y la fobia del funcionalismo hacia el color, varios arquitectos modificaron su práctica, replanteando su uso. Los colores de los papeles de china que Chucho Reyes usaba para pintar se incorporaron en la arquitectura de Barragán, quien posteriormente con Matías Goeritz pintó las torres de Ciudad Satélite con colores primarios. Este trabajo ha sido avanzado por Ricardo Legorreta en obras de gran escala y complejidad situadas desde México hasta Arabia.
A partir del trabajo de estos arquitectos, otros han tomado su ejemplo e incorporado el color en la arquitectura mexicana, aunque en muchas personas sigue vigente el prejuicio de que el color, sobre todo si es intenso, es poco elegante; pero el derecho a ser diferente y a marcar la diferencia subyace en la rebelión que implica, en cierta forma, una coloreada revuelta. Es evidente que no hay colores mexicanos, de la misma manera que no hay arquitectura, pintura o música mexicana. Lo que sí hay es una cultura que usa ciertos colores o que hace arte y construye de cierta forma.
Sin duda habrá quienes difieran de esta opinión. En todo caso, para esto habrá que recordar que todo depende del color del cristal con que se mire.


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