miércoles, 16 de marzo de 2011

La ‘obsolescencia programada’, motor de la economía moderna

Hace poco más de una semana la televisión pública de España retransmitía en el canal 1 un documental que ha dejado atónitos a todos y que ha generado un amplio debate en los foros de discusión como hacía tiempo que no sucedía. En tan sólo siete días más de 18.000 personas le habían dado al “Like” en el post de la página web de la cadena de televisión. Se trata del documental titulado Comprar, tirar, comprar cuyo filo argumental gira entorno al concepto de la obsolescencia programada. Pero vayamos por partes.
El documental empieza con un técnico informático a quién la impresora deja de funcionarle. Se trata de una impresora inkjet barata cuya reparación cuesta más del triple de lo que valdría comprar una impresora nueva. El informático, tozudo, decide buscar la manera de arreglar la impresora sin tener que comprar otra nueva. Si a él ya le va bien la impresora que utiliza en su día a día, ¿por qué comprar una nueva? Después de indagar concienzudamente por internet descubre un hecho que le sacude bruscamente: la mayor parte de los aparatos electrónicos están diseñados para que llegados a un determinado momento dejen de funcionar. En el caso de la impresora ésta dejará de funcionar cuando lleve un número determinado de miles de páginas impresas.
Los autores del documental desvelan algo increíble: la obsolescencia programada es el motor de la economía moderna. Es la estrategia que fomenta el consumo que, según la mayoría de los economistas, es la base del crecimiento económico.
Rodado en España, Francia, Alemania, Estados Unidos y Ghana, Comprar, tirar, comprar, hace un recorrido por la historia de una práctica empresarial que consiste en la reducción deliberada de la vida de un producto para incrementar su consumo porque, como ya publicaba en 1928 una influyente revista de publicidad norteamericana, “un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios”.
El documental, dirigido por Cosima Dannoritzer y coproducido por Televisión Española, es el resultado de tres años de investigación, hace uso de imágenes de archivo poco conocidas; aporta pruebas documentales y muestra las desastrosas consecuencias medioambientales que se derivan de esta práctica. También presenta diversos ejemplos del espíritu de resistencia que está creciendo entre los consumidores y recoge el análisis y la opinión de economistas, diseñadores e intelectuales que proponen vías alternativas para salvar economía y medio ambiente. Una de esas ideas es la del decrecimiento.
El origen de la obsolescencia programada: la bombilla
Thomas Alva Edison puso a la venta su primera bombilla en el año 1881. El hombre estaba muy contento, pues su artilugio tenía una duración de 1.500 horas. Más adelante, en 1911 un anuncio en la prensa española destacaba las bondades de una marca de bombillas con una duración certificada de 2.500 horas. Pero, tal y como se revela en el documental, en 1924 un cártel que agrupaba a los principales fabricantes de bombillas de Europa y Estados Unidos pactó limitar la vida útil de las bombillas eléctricas a tan sólo 1.000 horas. Se trataba del cártel denominado Phoebus y oficialmente nunca existió. Pero en Comprar, tirar, comprar se muestra el documento que supone el punto de partida de la obsolescencia programada, que se aplica hoy a productos electrónicos de última generación como impresoras o iPods y que se aplicó también en la industria textil y automotriz. En el caso de la primera, la aplicación del concepto supuso la consiguiente desaparición de las medias a prueba de carreras. En el caso de la segunda se buscaba que cada año los usuarios cambiaran de coche.
La bombilla más antigua del mundo
Lo mejor del documental se presenta en una caserna de bomberos de Livermore, en California, donde existe la bombilla más antigua del mundo: funciona desde el año 1901, y sigue funcionando a la perfección. Lleva 109 años iluminando 24 horas al día. La bombilla, fabricada el 1890 por la Shelby Electric Company de Ohio, no sufrió los efectos de la obsolescencia programada… Si así hubiera sido su vida útil se habría reducido a tan sólo 42 días.


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