Lleva gafas de montura negra, a juego con una sencilla camiseta de algodón que cubre un cuerpo poderoso y contrasta con unos jeans blancos e impolutos. Eso, junto a una melena larga y lacia, a medias entre el rubio desteñido y algún que otro mechón canoso, llevaría a confundirle con una estrella del rock de los años sesenta en sus ratos libres. Pero resulta que estoy ante sir David Chipperfield (Londres, 1953), uno de los arquitectos más reconocidos internacionalmente con oficina en Berlín, Tokyo, Nueva York y Londres.
Ejerce una arquitectura de líneas rectas y sintéticas, en las que parece no haber sitio para las curvas ni espacio para la frivolidad. Sus obras, tan dispares como la Ciudad de la Justicia en Barcelona, su casa de veraneo en el pueblo gallego de Corrubedo, el museo Gotoh de Tokio, el edificio Veles i Vents de Valencia o el Neues Museum de Berlín (por el que le ha sido concedido este año el Premio Mies van der Rohe a la mejor Arquitectura Europea y hace apenas unos días el premio Philippe Rotthier a la mejor restauración de un museo) se mueven entre el denominador común de la esencialidad y la pureza y la profunda reflexión que se adivina en cada uno de sus trazos, donde no hay lugar para lo superfluo. Mientras aguarda entre los candidatos a hacerse por segunda vez con el Stirling Prize que concede el Real Instituto de Arquitectos Británicos y que se fallará el 1 de octubre, por el Museo Folkwang (Essen, Alemania).
Pregunta: Se estrenó como arquitecto en el estudio de Richard Rogers y después en el de Norman Foster. A eso se le llama empezar con buen pie.
Respuesta: Sí, fue una suerte iniciarme en la profesión de ese modo. Los dos son estudios de arquitectura con unos equipos de gran categoría y en los que pude aprender cómo se trabaja en proyectos muy importantes. Fue una experiencia muy valiosa para mí, aunque mi arquitectura se mueve en una dirección muy distinta a la de ellos.
P.: En 2010 la reina Isabel le concedió el título de sir, sin duda algo muy importante para un ciudadano británico. ¿Qué hace sir David Chipperfield veraneando en un diminuto pueblo gallego como Corrubedo?
R.: Los reconocimientos siempre son bonitos y emocionantes, aunque yo nunca sé como usar ese título. Me es muy útil para reservar una mesa estratégicamente situada en los restaurantes o encontrar habitación con vistas en cualquier hotel, pero aparte de esto no lo uso para nada más. Y lo de Corrubedo fue un maravilloso descubrimiento que hicimos mi mujer y yo hace veinte años. Nos enamoramos del lugar y ya forma parte de nuestra vida familiar. El paisaje nos cautivó desde el principio, igual que la gastronomía del lugar y el hecho de que apenas haya turismo. Es algo muy inusual en Europa mantener una relación con la naturaleza como la que se experimenta en Galicia.
P.: Su debate intelectual siempre se ha situado entre el hacer muy poco y el hacer lo suficiente ¿sigue moviéndose por esos derroteros?
R.: El diseño en sí mismo no es algo que me atraiga, pienso que debe estar al servicio de una idea. Me altera concebirlo como una elaboración innecesaria en busca de la actividad del diseñador y no en busca de un producto. Me encanta que la resolución de un proyecto sea tranquila y no el portavoz espectacular de algo, creo que debe ser así.
P.: ¿Desde esa posición abordó la rehabilitación del Neues Museum de Berlín?
R.: Ese edificio contaba con un pasado increíble y necesitaba una capa más de historia. Y a mi modo de ver era importante no hundir el proyecto en intervenciones gratuitas. Dicho esto, a la vez me pareció necesario hacer lo suficiente para renovarlo, conferirle nueva energía y darle una vida futura. El equilibrio entre pasarse o quedarse corto es difícil y yo lo tengo siempre muy presente.
P.: ¿Satisfecho con el resultado?
R.: Sólo veo los errores pero me encanta que en Alemania se haya adoptado el proyecto como un asunto de envergadura nacional que viene a vertebrar la historia del país. Ha sido una rehabilitación compleja y llena de obstáculos porque el proyecto nació envuelto en innumerables problemas. El edificio fue destruido durante la guerra y abandonado por la historia, en épocas sucesivas, de modo que la tarea de reconstruir ese museo pasaba necesariamente por un contexto de grandes expectativas, suspicacias y preocupaciones, lo que dio lugar a profundas controversias. También me topé con serias dificultades técnicas, pero el mayor reto fue de orden intelectual. ¿Cómo reconstruyes una ruina sesenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial?
P.: ¿Es bueno que la obra de un arquitecto sea fácilmente reconocible?
R.: No lo sé pero, en cualquier caso, mi obra no es identificable. No me interesa que se note la firma, mi firma. Lo que de verdad busco es encontrar la solución de cada proyecto. Yo no soy un formalista, intento siempre reducir la expresión de la forma a su punto más silencioso y la geometría de un cubo es lo que más se aproxima a ese silencio, mientras que las curvas suelen ser más estruendosas. En ocasiones conviene hablar en voz alta y firme y otras veces hay que susurrar.
P.: ¿La arquitectura es resolver conflictos?
R.: No solo eso. También puede ser disfrutar de las posibilidades que te ofrece la situación, como fue el edificio Veles i Vents de Valencia, que hice con motivo de la Copa América. Había que crear una construcción lo suficientemente poderosa como para mantenerse firme en una zona que no contaba con ningún otro edificio, y con un volumen importante para convertirse en el símbolo de la Copa América. Además tenía que ofrecer capacidad de disfrute de las circunstancias que lo rodeaban: las regatas, la gente, la navegación y el mar.
P.: ¿Qué opina de los edificios icono que ahora proliferan en muchas ciudades por encargo de unos alcaldes que quieren imprimir su sello?
R.: Los hay buenos y los hay malos. Hay momentos en los que es necesario que un edificio tenga un cierto perfil, una cierta personalidad y una cierta publicidad. Pero a veces me parece un deseo innecesario de llamar la atención a expensas de la esencia, de la sustancia y de la experiencia y en mi opinión estas tres cosas nunca han de sacrificarse y menos por el aspecto físico.
P.: ¿Banalizan la arquitectura?
R.: Pueden llegar a hacerlo, sin duda. No me opongo a la experimentación en la forma arquitectónica, pero creo que la novedad no es algo que case necesariamente bien con la arquitectura de forma sistemática.
P.: Ha hecho de todo, vivienda privada, obra pública, tiendas de lujo, edificios históricos… ¿Qué es lo que más le interesa en estos momentos?
R.: Las viviendas públicas son el gran reto para los arquitectos. Nos implicamos poco en esta área cuando en realidad este tipo de vivienda es la que configura nuestras ciudades. En España, como en Gran Bretaña, se ha dejado muy de lado la vivienda de protección oficial y nosotros tenemos que hacer un papel decisivo en dignificar este tipo de construcciones.
P.: ¿La arquitectura puede hacer más feliz a los ciudadanos?
R.: Como mínimo es capaz de hacerlos menos desgraciados. De hecho la arquitectura es un buen sustitutivo de la naturaleza. Del mismo modo que sentarse en un jardín bonito con unas condiciones climatológicas agradables puede hacerte experimentar la vida de una forma más intensa, la arquitectura tiene una gran importancia en nuestra cotidianidad porque interfiere de modo decisivo en los pequeños momentos de cada día.
P.: ¿Se ha hecho usted millonario con este trabajo?
R.: Algunos ganan mucho dinero, como Norman Foster. Pero yo mi satisfacción no depende de la compensación económica. Mi profesión me proporciona una vida interesante porque es un privilegio trabajar con personas, países y situaciones tan diversas y tan ricas. Pago un peaje por ello, porque no paro de viajar y eso es muy cansado, pero me gusta mi vida. Ahora bien, también soy muy consciente de que con este mismo esfuerzo me hubiera hecho mucho más rico si me hubiera dedicado a otra cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario