Me siento muy afortunada por haber podido ayudar a la gente de Onagawa (Japón) y lo volvería a hacer sin pestañear», afirma por teléfono Andrea González, arquitecta española. Es la única extranjera del estudio japonés Shigeru Ban y con tan sólo 26 años está viviendo lo que ella misma define como la experiencia profesional y humana más importante de su vida. Hace tan sólo unos días, asistía como una más a una celebración tradicional, degustación de Sama –un pescado de la zona– incluido, motivada por la entrega a 200 familias de sus nuevas viviendas hechas con contenedores. Han sido dos meses de duro trabajo en una zona pesquera en la que la situación, tomando prestadas sus palabras, «es muy precaria». Las construcciones serán el nuevo refugio para estas familias durante los próximos cinco años y, aunque no cuentan con el tejado a dos aguas de las casitas de postal japonesa, tienen todas las comodidades: baño, luz, cocina. «Son filas de contenedores, cedidos por una naviera, apilados a un máximo de 15 metros, porque las condiciones sísmicas no permiten mayor altura. Los contenedores son fáciles de cortar y acondicionar», explica González.
Una «escultura» plantada en el jardín del museo Den Frie durante el invierno, que tras ser retirada durante el verano, volverá a formar parte de la panorámica en las próximas semanas (cofinanciada por el Gobierno). Jorge Lobos, arquitecto fundador del estudio, explica que «es escultura porque una obra arquitectónica debe regularse por la ordenanza danesa», en este caso los cuatro contenedores no cuentan con servicios higiénicos ni cocinas y se iluminan gracias a la luz proyectada en la plaza. Sirven como techo donde refugiarse y combinan contenedores desde los 2,4 por 2,4 metros hasta los 2,4 por 6 metros. Están pensados, explica Lobos, «para su instalación en parques públicos, cerca de estaciones de tren que tienen baños para los sin techo…» y porque, dice, a los vecinos les parece una buena solución siempre que los vagabundos no estén cerca. La estructura está reforzada con andamios, tapizados a su vez por una tupida superficie verde de plantas comestibles, lavandas, fresas, tomates… los propios vagabundos cuidan el huerto y se alimentan de él.
producción industrial
Son infinitas las soluciones a problemas concretos y las propuestas en todo el mundo. Que el grado de sofisticación no está reñido con la sencillez del reciclaje lo demuestran las miles de oficinas, casas, clínicas, etc., ideadas por arquitectos de aquí y allá, que incluyen, cuando el presupuesto lo permite, energías renovables en sus proyectos. En España, la empresa Contenhouse da un paso más, añadiendo a su propuesta de vivienda algo fundamental en la economía de mercado: un sistema automatizado. La industrialización en cadena supone que la fabricación en taller llevaría tres meses y el transporte (en camiones de contenedores) y montaje sobre el terreno, tan sólo tres días –seis en el caso de que fueran bloques de varias plantas–. La altura máxima a la que construyen, establecida tras dos años y medios de mediciones y estudios, es de entre cinco y siete alturas. Y ahora llega el precio. El prototipo que acaban de presentar, con dos habitaciones y un baño, se situaría aproximadamente en los 53.000 euros (dependerá del acabado, si el tejado se deja plano o hay que poner cubierta…). «El metro cuadrado están entre 750-800 euros. Hemos hecho 12 prototipos y tenemos 20 pedidos», explica José Luis Santín, gerente de la empresa. De la gran variedad de contenedores que compran a las navieras, trabajan con modelos desde los seis hasta los 12 metros de largo, 2,4 de ancho y entre 2,4 a 2,7 m de altura. Al tratarse de un sistema modular la vivienda puede ampliarse y además es móvil, cada uno puede llevarse la casa donde quiera y cuando quiera: «El agua caliente se obtendría gracias a placas solares. Ahora mismo tenemos un proyecto para Latinoamérica para sustituir las chabolas por viviendas sociales con contenedores», explica Santín.
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