Para hablar de la arquitectura de ARTIUM (Vitoria) hay que hablar de su peculiar historia. Y es que el Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo, inaugurado el 26 de abril de 2002, es el resultado de un largo proceso que comenzó cuando la Diputación Foral de Álava, a mediados de los años 70, inició una política sistemática y sostenida de adquisición de obras.
Para profundizar en esa historia, el próximo miércoles, 18 de julio, y el siguiente, 22 de agosto, a las 18.00 h, el arquitecto que diseñó el Centro-Museo, José Luis Catón Santarén, ofrecerá un recorrido guiado para mostrar los secretos que encierra su singular arquitectura, que cuenta con 13.000 metros cuadrados totales, de los que casi el 75% se hallan por debajo del nivel de la calle.
En la década de los 80, la Diputación contaba con una colección que crecía cada año y que demanda espacio para ser albergada, conservada, estudiada, y por supuesto, expuesta. Este patrimonio necesitaba un hogar, un edificio que desde un principio estaba decidido que sería desarrollado por el Servicio de Arquitectura de la propia institución. Y es así como fueron sucediéndose los diferentes proyectos. El primer encargo oficial se le hizo al Servicio en 1985. El siguiente se produjo en 1991 y a éste le sucedió el datado en 1995. Cuando este último proyecto fue presentado se planteó la objeción de que el emplazamiento entonces seleccionado tal vez no era el más adecuado, proponiéndose en su lugar el solar de la Estación de Autobuses.
Emplazamiento estricto
De esta manera, ARTIUM se alza en el solar de una obra que en su momento fue abandonada. El proyecto malogrado incluía la construcción de un complejo formado por un aparcamiento subterráneo, una estación de autobuses también subterránea, y un centro comercial, de oficinas y de ocio en la superficie. Antes de la quiebra, se vació y excavó el solar hasta una profundidad de 15 metros, se construyeron las tres plantas inferiores destinadas a albergar el aparcamiento de mil plazas de garaje y cuando ya se estaba terminando de encofrar el techo de la tercera planta la empresa promotora quebró.
La obra, por tanto, comenzó y se paralizó; y como vestigio de su existencia dejó un hueco de 7.200 metros cuadrados de superficie con un agujero de 15 metros de profundidad, ocupado su fondo por tres pisos (7,5 metros). Un hueco que acabó anegado por millones de litros de agua, ya que a causa del abandono se desconectaron las bombas de achique.
Museo-bodega
Un emplazamiento con unas condiciones de partida sumamente estrictas, unas necesidades a cubrir complejas derivadas de la actividad para la que estaba destinado el edificio y una voluntad por lograr espacio libre dentro del apretado tejido urbano de la capital vasca; tres variables sobre las que se iba a construir el centro-museo.
Y con todo el conjunto, una reflexión que se convirtió en la idea fundamental sobre la que se erigiría ARTIUM: estructurar el espacio disponible bajo la cota cero hasta crear un espacio subterráneo, un museo-bodega del que sólo son visibles dos volúmenes: el primero, en hormigón blanco, despojado de vestiduras arquitectónicas para reducirlo a mera naturaleza bruta y que da la bienvenida al visitante; y el segundo volumen, en granito gris, que emerge de la superficie para delimitar la plaza interna con su imponente frontalidad de 79 metros de anchura y tan sólo 14,3 metros de profundidad.
Experiencia bajo tierra
Y es así, continuando con su singularidad, que al acceder por primera vez a ARTIUM la agudeza del visitante ya puede percibir una sensación extraña. Esta es la primera de muchas de las sensaciones derivadas de su especial arquitectura subterránea, que el visitante disfrutará durante su experiencia museística.
Al colocarse frente a las escaleras, da la impresión de que algo está fuera de lugar, desplazado de donde le correspondería estar, pero muy pocos descubren el porqué. Porque es complicado a simple vista percibir que el eje de las escaleras está desviado respecto al eje de perpendicular de la fachada. Y de nuevo un invisible porqué. Porque las escaleras superan la ortogonalidad arquitectónica para seguir el dictado del eje del cantón que, situado al otro lado de la calle, atraviesa el caso medieval y desciende desde su cumbre.
Así comienza la visita a ARTIUM, en la que el visitante primerizo muy probablemente acabe desorientado, algo habitual cuando estamos bajo tierra y perdemos de vista las referencias que nos ofrecen el cielo, la luz exterior, la vista desde una ventana...
Fuente:http://www.hoyesarte.com/
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