La arquitecta iraquí Zaha Hadid acaba de inaugurar su proyecto para el museo Broad, por el apellido de su mecenas, en la universidad estatal de Michigan. El proyecto, de genuina autoría, recuerda en sus formas al proyecto para la biblioteca universitaria del Prado de San Sebastián, finalmente demolida en aplicación de una sentencia del Tribunal Supremo.
No es el único caso en el que un artista relacionado con Sevilla reproduce la misma idea trasladándola a otros proyectos, diseñados si no en serie, sí con un hilo conductor demasiado fuerte que los hace aparecer como cuentas engarzadas de un collar de hitos personales. Las consideraciones de ambiente y entorno de los proyectos poco tienen que decir en tales casos.
El caso más paradigmático lo representa el arquitecto argentino César Pelli, padre del rascacielos de la isla de la Cartuja, y de otros proyectos en altura tan similares que costaría trabajo distinguirlos a simple vista. Así pasa con la hermana gemela de la Torre Cajasol, la torre Iberdrola de Bilbao, nacida del mismo padre aunque haya alcanzado su madurez antes que el edificio que ya ha roto el techo sevillano. Pero el proyectista de talla internacional, autor por ejemplo de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, tiene una producción muy repartida por el mundo en la que son inconfundibles rasgos estéticos y constructivos bastante comunes. Así pasa con su proyecto para Santiago de Chile, la llamada Torre Costanera.
Otras copias por el mundo
Otros arquitectos internacionales también han incurrido en «clonar» proyectos que habían desarrollado previamente en Sevilla. Es el caso de Jürgen Mayer, el proyectista alemán que se hizo con el concurso para la plaza de la Encarnación con su obra Metropol Parasol a medias entre la arquitectura y la escultura. Después de no pocos inconvenientes y vicisitudes del diseño ganador, Mayer ha decidido sacarle provecho a la experiencia adquirida con el ensamblaje de su mecano y ha trasladado la idea a las origllas del Mar Negro, en la costa de Georgia.
Allí, en la nueva ciudad costera de Lazika, Mayer ha levantado una pieza de 31 metros de altura construida con paneles de acero de 8 milímetros, justo el material original que ideó para la cubierta de su proyecto de la Encarnación, pero que hubo de desechar al rehacer los cálculos estructurales de las piezas.
El caso de Mayer es paradigmático e inconfundible. Otros, sin embargo, pueden achacarse a meras variaciones constructivas de propuestas estándar. Tal puede suceder con el pilono de gravedad característico del puente del Alamillo que el arquitecto e ingeniero Santiago Calatrava firmó para la isla de la Cartuja en 1992 y que se ve repetido en el puente de Jerusalén para el tranvía de la ciudad tres veces santa.
El proyecto israelí alcanza 118 metros de altura, con lo que supera al del Alamillo. Fueron necesarias 4.200 toneladas de hormigón y acero además de los 70 cables que soportan el tablero para darle una forma muy parecida al precedente sevillano.
En otros casos, las formas construidas en Sevilla no son las originales, sino que remiten a proyectos de los mismos autores anteriores en su ejecución, como puede rastrearse en la solución circular que Sáenz de Oiza aplicó al edificio administrativo de Torretriana encargado por el arquitecto Jaime Montaner en sus tiempos como consejero de Urbanismo y Ordenación del Territorio. En ese caso, el inmueble sevillano remite en el imaginario colectivo al bloque curvo que levantó en la M-30 de Madrid cuatro años antes de rematar la obra de la isla de la Cartuja.
Fuente:http://www.abcdesevilla.es/
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