Como en un palimpsesto, sobre la Ciudad Universitaria de Madrid se inscribe el arduo proceso de modernización de la Arquitectura Española, que a lo largo de la primera mitad del siglo XX va del Academicismo historicista al Moderno. Su creación fue impulsada por el rey Alfonso XIII cuando donó la finca de La Moncloa para su construcción. La Moncloa era una propiedad que estaba en manos de la Corona desde el siglo XVIII, ubicada al noroeste de Madrid, en una zona atractiva por su suelo quebrado y sus hermosas vistas al valle del río Manzanares; todavía rural, aunque lo suficientemente cercana al casco urbano. En 1927 el arquitecto Javier de Luque elaboró un primer proyecto que rápidamente fue desechado, y se constituyó una Junta Constructora destinada a elaborar el proyecto definitivo. En ese momento, la construcción de la CU parecía contener la concreción de la modernización cultural a la que aspiraba España.
En 1928, la junta viaja a Estados Unidos para visitar y estudiar los campus de varias universidades, y a su vuelta a España define dos aspectos que van a ser cruciales para la conformación de la CU: el nombramiento del arquitecto Modesto López Otero, miembro de la junta, como director del proyecto; y la elección del modelo norteamericano, soslayando las diferencias radicales entre las universidades privadas estadounidenses y la universidad pública española. Una vez nombrado López Otero pasa a constituir el equipo de proyecto de la ciudad y de sus edificios, dando un giro inesperado a la situación, tal como se venía desarrollando. López Otero era un arquitecto sólidamente establecido en las producciones académicas de base historicista, y como tal, seguramente se esperaba la formación de un equipo compuesto por profesionales reconocidos de su mismo estrato. Sin embargo, da un paso hacia adelante nombrando a un grupo de arquitectos muy jóvenes, y enrolados ya en las corrientes modernas europeas. A partir de ese momento, el proyecto de la CU se transformó en el campo de batalla entre el conservadurismo de la junta y el impulso modernizador del equipo de proyecto.
En el plan general de urbanización se hacen evidentes las dificultades topográficas del sitio, resueltas en grupos de edificios nucleados en torno a áreas académicas, y muy separados entre sí por extensas zonas naturales, que aún hoy no logran constituir un conjunto orgánico y articulado. Sorprendentemente, mejores resultados se obtuvieron en el diseño de los edificios. Del tira y afloje entre la junta conservadora y el equipo modernizador surgieron piezas de impecable organización programática y de aspecto moderadamente moderno, a partir del diseño de volúmenes monumentales que reinterpretan sintética y desornamentadamente tradiciones de la Arquitectura de ladrillo española. De esta manera, la modernidad madrileña no se abre a través de proyectos rupturistas como en Francia o Alemania, e incluso Barcelona, sino a través de una modernidad mitigada inserta en el cuerpo mismo de las tradiciones locales.
Desde fines de la década del 20, en un extremo ejemplo de continuidad, el director López Otero y el equipo de proyecto se mantuvieron en sus funciones a pesar de los dramáticos cambios políticos que se sucedieron en España: la dictadura de Primo de Rivera, el exilio del rey Alfonso XIII, la instauración de la República con el partido Republicano en el poder, la Guerra Civil y el gobierno de Francisco Franco. Pero los cambios operados llevaron a una cierta flexibilización estilística, y en 1932, Luis Moya, y Aizpurúa y Aguinaga ganan dos concursos para nuevos edificios con proyectos ya estrictamente modernos, que de todos modos, no pudieron ser construidos debido al inicio de la guerra. Si durante los primeros años de su construcción, la CU había sido el campo de batalla simbólico de modernos y conservadores, durante los años de la guerra, lo fue del enfrentamiento entre ambos frentes, resultando duramente dañada. Como el modelo arquitectónico desarrollado en la CU durante los años anteriores a la guerra se plegaba muy bien a los anhelos de Franco de una arquitectura seca, escueta y monumental que representé la nueva etapa de la vida nacional, y al mismo tiempo sus tradiciones, los trabajos de restauración y ampliación se iniciaron rápidamente, una vez concluida la guerra. Pero hacia fines de los años 40, el modelo moderno nacional comenzaba a agotarse, y el plan general a mostrar necesidad de actualización. Es así que en 1949 se produce una reformulación del plan general al mismo tiempo que una renovación lingüística en los nuevos proyectos, más abiertos a las experiencias modernas ortodoxas, tanto europeas como estadounidenses. De los varios, y buenos, edificios que rompieron con el molde estilístico previo, el caso más extraño es el Instituto de Formación de Profesorado de Enseñanza Media y Profesional, proyectado por Miguel Fisac, y construido entre 1953 y 1955.
No es fácil entender la aparición de un edificio como el Instituto sin tener en cuenta la particular personalidad de Fisac. El arquitecto nació en 1913 en Daimiel, pequeña ciudad a 177 kilómetros de Madrid. Después de haber interrumpido su carrera por la Guerra Civil, finalmente se recibe de arquitecto en 1942. Apenas graduado, y hasta 1949, va a proyectar una serie de edificios para el campus del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, sobre la calle Serrano, en un rico suburbio residencial. Sus proyectos para el campus son una colección de piezas de ladrillo, monumentales, severas y elegantes, inscriptas en la estilística del Moderno nacional desarrollado en Madrid durante los primeros años del gobierno franquista. Después de realizar un viaje por Escandinavia, donde visita la obra de Erik Gunnar Asplund y de Alvar Aalto, a inicios de los 50, va a producir un viraje en su producción cuando ablanda la severa geometría de sus bloques de ladrillo primero, y cuando inicia sus investigaciones en torno a las posibilidades expresivas del hormigón después. La primera formulación al respecto la realiza en 1950 con el diseño del pórtico del edificio para SEAT, y posteriormente en el proyecto para el Instituto de Formación en la CU.
Ubicado en el borde mismo de la Ciudad Universitaria y muy lejos del núcleo central, sobre una meseta alta con vistas al río y al extenso parque de Casa de Campo, el Instituto es un proyecto sumamente complejo en su concepción. Fisac resuelve el problema de la implantación de un pequeño edificio en un sitio extenso y vacío, disgregando el programa en pequeños pabellones vinculados por galerías cubiertas que van organizando patios y jardines. Los pabellones están proyectados como volúmenes prismáticos, algo distorsionados con planos inclinados, como los tejados invertidos o las placas de vidrio que iluminan las aulas. Para la terminación exterior ideó una piel cerámica que si bien de lejos remite a la arquitectura del ladrillo de los edificios centrales de la CU, de cerca resulta tan leve que termina por volatilizar la cerrada mampostería de los bloques. Las galerías son otra cosa. En ellas Fisac pone a prueba la naturaleza plástica del hormigón. Así, las galerías aparecen como una lámina continua, de un espesor que va de los 3 a los 8 centímetros, que se ondula conformando los módulos proyectuales, y se prolonga en las increíbles columnas compuestas por haces de nervios, y extremadamente afinadas en los apoyos. El Instituto es una obra de borde en la producción de Fisac en la medida en que los bloques, aunque modernizados, están atados a sus primeras obras, y las galerías adelantan las que van a ser sus experimentaciones durante la próxima década.
Una década de experimentación sobre las condiciones del hormigón, cristalizaron en otra de las grandes obras de Fisac: el Centro de Estudios Hidrográficos de Madrid de 1960. Posiblemente a partir del proyecto del Instituto para la CU, Fisac se dedicó a probar piezas laminares de hormigón armado. En el proyecto para el concurso de la Iglesia de San Esteban, en Cuenca, de 1959, proyecta unas complejas alas parabólicas que le llevan a pensar en piezas lineales de hormigón de sección continua, los “huesos”. Fisac explicaba que resolvió el problema de la cubierta para el CEH cuando su esposa le “mandó a comprar chuletas”, y en el hueso encontró el formato estructural de las piezas. El CEH en principio no puede ser un edificio más simple. Dividido en dos alas colocadas transversalmente; una torre de 7 plantas destinadas a las áreas administrativas, y una gran ala de carácter industrial de 80 por 22 metros cubierta por los “huesos”, que a un mismo tiempo resuelven el aspecto estructural, la iluminación cenital y la canalización de las aguas de lluvia. Pero si bien la cubierta de la nave, reproducida en menor tamaño en la marquesina, es el gran hallazgo del edificio, el resto, es un ejemplo de moderna discreción y creatividad, la conclusión más magnífica del experimento llevado a cabo casi diez años antes, en la solitaria meseta de La Moncloa.
Fuente:http://arq.clarin.com/
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