Un estudio del Colegio de Arquitectos revela la presencia de construcciones singulares en los municipios de Águilas, Lorca, Totana, Alhama y Murcia
Miguel Rubio para La Verdad.
Es una página dolorosa y oscura de la historia reciente, que vuelve a cobrar actualidad. Este 2009 se cumplen setenta años del final de la guerra civil española, y cada vez más voces advierten de que los vestigios de aquel conflicto fratricida (1936-1939) corren peligro de desaparecer. El olvido y el abandono tienen la culpa.
La contienda dejó en la Región una serie de construcciones militares que recuerdan el papel que ocupó Murcia en los enfrentamientos entre los bandos republicano y nacional. Pero salvo excepciones (como es el caso de los refugios de Cartagena, convertidos en un museo) esta arquitectura bélica ha sido relegada a un segundo plano, pese a que cuenta con obras singulares, fruto de la pericia de los ingenieros militares.
Durante la guerra civil, la Región quedó en la retaguardia, fuera de los principales frentes, y fiel a la República. El principal objetivo era Cartagena. Su puerto acogió la base naval republicana, y una vez que el conflicto se enquistó las autoridades decidieron acometer un plan de defensa terrestre, que completara la protección que ya gozaba la ciudad portuaria gracias a las baterías de costa, levantadas a finales de la década de los años veinte. El objetivo era proteger el puerto de las tropas enemigas, pero también habilitar un corredor que permitiera la evacuación en caso de derrota.
Ese plan defensivo es el que ha dejado las construcciones más sobresalientes de ese penoso trienio. La otra arquitectura bélica que aún se conserva corresponde a los refugios antiaéreos. Estos búnkeres para proteger a la población civil de los bombardeos de la aviación enemiga se levantaron a iniciativa de los comités de defensa pasiva en las localidades que más riesgo corrían debido a su situación estratégica o a su proximidad a Cartagena. Los principales subterráneos se localizan en Mazarrón y Águilas, además de en Murcia, por su condición de capital regional.
Casamatas y trincheras
Casamatas, trincheras y refugios son los principales elementos de este «patrimonio arqueológico incómodo», como lo ha definido algún experto. Varias de estas construcciones disfrutan de algún grado de protección de Cultura; otras, sin embargo, no. Aunque casi todas han corrido la misma mala suerte: la falta de un plan para su conservación. Así que el deterioro ha ido avanzando a sus anchas, y en algunos casos los daños son ya irreparables.
Una investigación, con el apoyo económico del Colegio Oficial de Arquitectos de la Región, hace ahora una llamada de atención sobre la importancia de los vestigios que aún se conservan de la guerra de 1936. Sus autores, los arquitectos Francisco José Fernández Guirao y Rebecca Tombergs, están a punto de completar el estudio después de dos años de trabajo. El objetivo es contribuir a la «correcta protección» de esta arquitectura militar «injustamente menospreciada», según explica Fernández Guirao.
El documento lleva por título Arquitectura militar de la guerra civil en la Región, y se centra en el antes citado plan de defensa terrestre de Cartagena, que incluye las construcciones bélicas más destacadas acometidas durante los años de la contienda. Los mandos militares republicanos decidieron levantar unas líneas de defensa, aprovechando la orografía, para cortar las principales vías de acceso a la base naval.
El proyecto, que no llegó a completarse por el rumbo que tomó la guerra, abarcaba desde Águilas hasta Guardamar del Segura (Alicante). Fernández Guirao explica que el sistema defensivo se basaba en los llamados centros de resistencia. Se trataba de fortines y trincheras levantados en cruces de caminos, y sobre emplazamientos estratégicos, donde hacer frente, con un número reducido de hombres, a las tropas enemigas e intentar contener su avance. La orden para que se iniciaran las obras se dio el 19 de junio de 1937.
Los dos arquitectos han localizado y documentado una veintena de restos, repartidos. en cinco municipios: Águilas, Lorca, Totana, Alhama y Murcia. Los vestigios más completos se conservan en el paraje El Portajo, de la diputación lorquina de Purias. Este núcleo de resistencia cuenta con dos casamatas (nidos de ametralladoras realizados en hormigón armado), franjas de trincheras, ramales de comunicación, depósitos para munición e improvisados refugios para la tropa.
En Águilas, los restos documentados son trincheras y una casamatas en la zona del castillo de Tébar, además de tres puestos de vigilancia, mal conservados, en las playas de la Tortuga (Calarreona) y Matalentisco.
Refugios de tropa
Otro núcleo de resistencia se construyó en la diputación totanera de Paretón-Cantareros. Allí se han localizado cuatro casamatas, y los restos de otra. El descuido que sufren es evidente. En la autovía que une Alhama y el Campo de Cartagena, a la altura de la venta de los Guiraos (donde está la gran rotonda de conexión con la autovía de Mazarrón) se levantan tres casamatas (y los restos de otra), bien conservadas, aunque los cultivos de alrededor casi las han desenterrado. Por último, en el Puerto de la Cadena (Murcia) también se han hallado atrincheramientos y tres casamatas.
En sus recorridos por la Región, Francisco José Fernández y Rebecca Tombergs han localizado otras infraestructuras de la guerra, como atrincheramientos y refugios de tropa en la falda del castillo de Felí y Campo López.
Fernández Guirao, que ha visito otros países de Europa para conocer su arquitectura militar del siglo XX, destaca la singularidad de las construcciones de la Región. Este arquitecto lorquino reseña que en las casamatas los ingenieros militares recurrieron a los últimos avances en materia de fortificación. Por ejemplo, las troneras estaban protegidas con un voladizo de hormigón. Además, en la distribución interior se fueron alternando los espacios para las ametralladoras con habitáculos destinados a almacén o depósito de munición. Otra diferencia con respecto a los fortines del resto de provincias es que las casamatas de Murcia tenían más de una máquina (ametralladora). Destaca también el enmascaramiento exterior, a base de tierra, vegetación y piedras.
Los refugios de Mazarrón
Estos recintos fortificados no fueron utilizados finalmente. No ocurrió lo mismo con los refugios antiaéreos, donde la población se resguardó de los bombardeos. Su conservación y puesta en valor permanece estancada. Sólo el búnker cartagenero del cerro de la Concepción se ha reconvertido en un equipamiento cultural. Pero otros municipio no han seguido su ejemplo. Es el caso de Mazarrón, donde el equipo de gobierno del PP rechazó una propuesta del edil socialista Juan Martínez Acosta para poner en valor los refugios de la guerra.
El concejal, un gran investigador de esta etapa histórica, explica que «con la experiencia de los obreros mineros se construyeron cinco refugios en Mazarrón, con capacidad para casi 2.400 personas, y otros dos en el Puerto, para unas 560». Estas galerías subterráneas, una de ellas de hasta 110 metros de longitud, estaban en el Molinete, el castillo, el actual jardín de la Purísima, el Cabezo del Santo y la calle Puigcerver; en el Puerto se ubicaban en el Cabezo del Faro y El Peñasco.
Como recuerda Martínez Acosta, estos restos «son un monumento al drama y a las penurias que pasaron nuestros abuelos, pero también un monumento a la paz y la concordia entre los hombres, y se deberían visitar y explicar a los escolares». De momento, seguirán cerrados a cal y canto, como cajas fuertes que custodian tristes vivencias del pasado.
Fuente: www.arquitectojoven.com
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