Historia del proyecto de conexión de la ciudad de Valencia con sus playas.
Javier Domínguez Rodrigo, Las Provincias.
Uno de los más ambiciosos proyectos de la Valencia decimonónica fue la apertura de un gran camino-paseo hasta el Mar, que uniera la ciudad desde los jardines del Real con los poblados marítimos, facilitando de este modo la conexión y el acceso a las playas de Levante y de la Malvarrosa, convertidas por aquel entonces (1893) en lugar de veraneo y esparcimiento.
Concebido por el ingeniero Casimiro Meseguer, con una anchura de 100 metros, tres grandes plazas de 200 metros de diámetro y un gran paseo central ajardinado de 60 metros, debía tener una primera línea de villas exentas y una segunda de viviendas en bloque.
Sin embargo, la pretensión de construir aquella ciudad-jardín en consonancia con el urbanismo utópico de Ebenezer Howard y del español Arturo Soria se vería seriamente perjudicada tanto por el derribo del antiguo barrio de Pescadores, como por el de las murallas. La rápida consolidación del ensanche noble de la ciudad y el consiguiente retraso en la ejecución del Paseo, originaría numerosos y sustanciales cambios en su diseño, ante el fracaso de crear esa anhelada ciudad-jardín.
Su elevado coste lo haría finalmente inviable. Y hoy, sólo una pequeña muestra de los popularmente conocidos como chalets de los periodistas del arquitecto Enrique Viedma Vidal, en el arranque del paseo testimonian aquel sueño urbanístico.
Profundamente modificado, en el primer tramo la apertura del Paseo al Mar propició además otras actuaciones urbanísticas como la instalación de la Feria Muestrario sobre parte de los solares del Palacio Real y la construcción de las Facultades de Medicina (1918-49) y de Ciencias (1906-44), que padecieron enormes retrasos debido a la guerra civil.
Ambos centros docentes han sido objeto de numerosas reformas y ampliaciones en las últimas décadas, si bien se ha respetado su estructura y fisonomía. En el 2000, la otrora Facultad de Ciencias, obra de Mariano Peset Aleixandre, fue habilitada por los arquitectos Antonio Escario y Luis Carratalá como nuevo Rectorado de la Universitat de València. Testimonio de aquel incipiente campus universitario es el colegio mayor Luis Vives, proyectado por Javier Goerlich Lleó en 1935 en un racionalismo exquisito.
Pero si tanto la dictadura de Primo de Rivera (1926) como la República (1931) impusieron notables modificaciones, sería en los años del desarrollismo cuando definitivamente -P.lan General de Ordenación Urbana de 1966- se abandonaría el atractivo proyecto original para procederse a un notable incremento de la edificabilidad en los márgenes del Paseo.
La actual avenida de Blasco Ibáñez termina en la moderna Estación del Cabañal. Basta recorrerla para evidenciar una ejecución a golpes y por tramos, absolutamente desordenados e inconexos -en el Jardín del Turia se repetiría la misma triste historia-, que revela la miopía con que se ha gestionado nuestra ciudad en determinados momentos.
De ahí que sea únicamente, y pese a las brutales sustituciones -pabellones feriales, casas de los periodistas...-, en el tramo inicial que va desde los Viveros hasta la antorcha olímpica de Huntington donde todavía puede percibirse la riqueza urbana y paisajística del proyecto primitivo.
Mención aparte merecen los edificios universitarios -Derecho, Filosofía y Agrónomos- que a partir de la década de los cincuenta construyó el arquitecto Fernando Moreno Barberá. Gran conocedor de la arquitectura de Mies van der Rohe y de Le Corbusier, su obra constituye uno de los mejores ejemplos del movimiento moderno en nuestra ciudad.
Porque las construcciones docentes valencianas de Moreno Barberá destacan tanto por su claridad funcional y compositiva como por la cuidada volumétrica que pone de manifiesto el extenso y rico catálogo de recursos arquitectónicos utilizados por su autor.
La claridad formal de la piel, la utilización de elementos de protección solar -brise soleil- y la disposición de patios y espacios libres ajardinados nos hablan de una arquitectura moderna fiel a la abstracción miesiana, atenta a las condicionantes climáticas y de una extraordinaria coherencia estructural y constructiva.
No menos relevante, resulta el equilibrado y moderno edificio de la Confederación Hidrográfica del Júcar (1965-72), incluido como los anteriores en el Registro Internacional DOCOMOMO y sin duda una de las mejores obras del profesor Miguel Colomina Barberá.
Y no es precisamente un problema de lenguajes arquitectónicos lo que ha arruinado el Paseo, sino de racionalidad y de sensibilidad. Porque si hermosa es la torre del observatorio astronómico de la Facultad de Ciencias, de rasgos tan inspirados en el expresionismo alemán -Hans Poelzing-, no menos sugestivo resultaba el primer Guadalaviar de GODB (1958) de clara influencia madrileña -Gutiérrez Soto- y refinado ejemplo de una arquitectura de tono intimista diseminada entre jardines.
Pero tras los Colegios -El Pilar, del arquitecto Pablo Soler Lluch.- la arquitectura se esfuma de la escena anunciando la imposibilidad de la integración de la ciudad en el litoral, objetivo último de aquel Paseo que concibió la burguesía ilustrada valenciana.
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