Con su inauguración prevista para el próximo 26 de marzo, el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer se ha convertido ya en una de esas obras emblemáticas que todo amante de la arquitectura y la cultura en general debe conocer de primera mano.
Lo primero que llama la atención es su completa integración en el paisaje que lo rodea, al que engrandece y revaloriza. Y es que su fuerza es magnética pero en ningún momento avasalla. Sus proporciones son perfectas respetando esa escala humana que tantos han olvidado.
En apariencia los edificios de Niemeyer no pueden ser más simples. Su lenguaje, su vocabulario arquitectónico, parece despojado de complejidades innecesarias, conservando únicamente lo esencial, la esfera, la curva, la línea pura. Pero detrás de ese trazo fácil se esconde su verdadera grandeza y genialidad. Para él lo más importante era crear por encima de todo una plaza abierta al resto de la ciudad y al mundo.
Y en un espacio con forma de media luna creciente ha creado exactamente eso. En un extremo, una cúpula cuya principal función será la de albergar exposiciones. En otro, la esencia de una caracola en cuyo interior se esconde un auditorio que puede abrirse a la plaza a través de una carismática puerta roja.
Una sinuosa marquesina une sensualmente los dos edificios con la disculpa de proteger a los viandantes los días de lluvia. Cierra el perímetro un edificio alargado que también huye de la línea recta. Allí está el Film Center de Woody Allen, la cafetería, la guardería, la tienda y las oficinas. Y dando la bienvenida al conjunto, una torre mirador de trece metros que pretende convertirse en un inusitado laboratorio de la más alta gastronomía.
Fuente: http://www.ocholeguas.com
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