lunes, 22 de octubre de 2012

Entrevista a Rafael Moneo



  • Publicada el 11 de febrero de 1992 en el número 363 de la revista Época
    El estilo es el hombre y el hombre, en este caso, es Rafael Moneo, 54 años, arquitecto, navarro, su sello marca los edificios que representan la vanguardia arquitectónica del mundo. El Museo de Arte Moderno de Estocolmo, el Palacio del Cine del Lido de Venecia, el Museo romano de Mérida, el aeropuerto de Sevilla, la estación de Atocha, por citar los más recientes, se deben a su talento. Y ahora, el Palacio de Villahermosa, en Madrid, que albergará la colección Thyssen este mismo año.
    A sus 54 años, este navarro padre de tres hijas, ha sido durante cinco años director de la Escuela de Arquitectura de Harvard, de la que ahora es profesor. Además de esta cita obligada con sus alumnos, cada 15 días, ha de seguir el pulso de sus obras en España, Europa y América, amén de capitanear su estudio de la Colonia del Viso. En los sótanos de un chalecito de una calle corta con nombre de río, del Madrid residencial, Rafael Moneo tiene instalado su estudio: mesas de dibujo, miles de libros, infinitos planos, una veintena de arquitectos, cajas de embalaje, una secretaria menudita neoyorquina que no para, una barca de fruta a punto de languidecer y una montaña de abrigos crecida sobre un cajón, justo al lado de una pared lacerada por una fuga de agua.
    -Le imaginaba instalado en un estudio amplio, espacioso, con mucha luz, en un edificio altísimo... Y resulta que es todo lo contrario.
    -Verá... todo esto es provisional. Mi casa está arriba. Pero a 200 metros de aquí se encuentra el estudio definitivo...Es un chalet de dos plantas. Ya está acondicionado, tan sólo faltan algunos detalles. Se lo enseñaré luego.
    Un chico de Tudela
    En Madrid tan sólo vive con el matrimonio Moneo, la mayor de las hijas, Clara. Estudia tercer curso de BUP. Las dos mayores se encuentran en Estados Unidos. Belén, de 26 años, está graduada en Arquitectura por la Universidad de Harvard. Teresa, de 22, ha acabado el primer ciclo Universitario de Historia del Arte y Literatura inglesa y trabaja con una firma de abogados de Nueva York.
    Rafael Moneo es esencialmente un hombre bondadoso, de una humildad franciscana al que casi le aflora el rubor del adolescente. Le desazonan las entrevistas, pero cuando se mete en la harina de la conversación, puede estar hablando durante horas, despaciosamente, y con un ligero acento americano.
    Nervioso, intenta disimularlo desesperadamente. Y mientras habla de su infancia, de nostalgias por el paisaje áspero de la Bárdena navarra que le rodeó en su niñez, de la influencia de James Joyce en su adolescencia, de su vocación y de esa fascinación que siente por la arquitectura, mueve los pies, las manos, o somete sus ojos claros a un quita y pon de gafas casi constante.
    -Usted nace en Tudela en 1937 y estudia Bachiller en el colegio de jesuitas. Llegó a ser un futbolista voluntarioso en una época en que los jugadores de fútbol del colegio se convierten en auténticos líderes. Pero en realidad, lo suyo era escribir. Escribía redacciones y ganaba concursos. Luego se hace arquitecto. ¿Qué ocurrió?
    -Éramos tres hermanos: mi hermano, más joven que yo, hizo Ingeniería de Caminos, mi hermana y yo. Mi padre, de Tudela, de generaciones atrás, era ingeniero industrial. Más de una vez le oí comentar que a él le hubiera gustado ser arquitecto. Su madre, viuda, veía los estudios en Bilbao más próximos a su casa, y al final se decidió a hacer Ingeniería. Yo acerté al centrar mi trabajo en la Arquitectura. Pero debo reconocer que, seguramente, la pista que me llevó a esta vocación va ligada, efectivamente, a ese interés de mi padre por la arquitectura… Porque hay momentos en la juventud en que, lo que uno quiere ser, aparece de modo tan indeciso, cuando uno tiene 17, 18 años que se siente verdadera inquietud para decidir y definir qé vas a hacer. Y es tan triste en la educación española decidir tan prontamente en lo que uno se va a convertir que, en esas circunstancias, un cierto instinto de comportamientos no controlados lleva a elegir aquello que va a ser acertado o no para el resto de tu vida. Y en aquellos años míos de duda, la tentación de una vida más ligada a la literatura y la pintura eran para mí muy fuertes.
    Lo fundamental son las ganas
    -A los 24 años es arquitecto. A los 26 se marcha a Roma con una beca. A los 33 es catedrático de Elementos de Composición en la Escuela de Arquitectura de Barcelona; 10 años después es catedrático en Madrid. Le invitan a Estados Unidos. Da cursos en Nueva York, Princeton, Harvard. Le reclaman en Suiza e imparte clases en Laussane. En 1985 le nombran director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Harvard. Escribe, publica artículos, da conferencias, proyecta y dirige obras colosales. Su último triunfo el proyecto del palacio del Cinema en el Lido de Venecia, en 1991, en un concurso entre los 12 mejores arquitectos del mundo, usted es un trabajador feroz o es un hombre con una formidable estrella?
    -Bueno… bueno… No creo tanto, tanto en la estrella… Sí que hace falta una cierta protección de la fortuna… Pero yo creo que la voluntad, el deseo de hacer las cosas, lo que en castellano vulgar decimos «las ganas», es un componente primordial y básico para quien trabaje en cualquier actividad profesional. Quine entra en el campo del trabajo con la voluntad de hacerlo bien, está enseguida incorporando la auto exigencia y la crítica. Yo no veo trabajo sin crítica. No veo trabajo sin esa ansiedad de perfección. El trabajo tiene que ser incisivo y con capacidad no ya de actuar revulsivamente sino de estar presente allí donde se discuten las cosas que en el terreno disciplinar y profesional interesan. No es tanto trabajar mucho como trabajar con interés. Yo me veo como una persona con un interés mantenido, más que un trabajador durísimo. Soy exigente y constante.
    -Varias de sus obras han levantado fuertes polémicas: la estación de Atocha, el palacio de Villahermosa, el auditorio de San Sebastián… ¿Le perturba esa crítica?
    -Cada una de estas obras tiene trascendencia pública y es natural que despierten polémica. Y la crítica no sólo me perturba sino que también hay que aceptarla y darle la bienvenida en los momentos en que se produce. Las polémicas proceden no tanto del terreno estricto de la discusión académica como de razones diversas. Una obra como la de Atocha en la que pueden discutirse desde la propia política ferroviaria, al planteamiento en términos de estricta ingeniería —nosotros como arquitectos lo recibimos como un dato fijo de nuestro trabajo— se mezclan inevitablemente con el resultado arquitectónico. Y la obra de Atocha, al ser un instrumento de trabajo para tanta gente, obliga a una precisión en el planteamiento; y llevaría también a tal «quorum» en las voces de quienes lo usan que, prácticamente, sería imposible unificar opiniones.
    -Uno de sus proyectos, el palacio de Villahermosa, que albergará la colección Thyssen, se ha calificado de obra antagónica de «las dos caras» —el exterior no concuerda con el interior—, y de demasiado costosa: inicialmente se habló de un presupuesto de 2.000 millones de pesetas y ahora se eleva a 4.000 millones... ¿Qué opinión le merecen estos comentarios?
    -Yo creo que hay una obligación de establecer juicios de valor acerca de la calidad de las cosas. El palacio de Villahermosa es una obra de arquitectos, discípulos de Villanueva, de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Era una arquitectura dignísima, bellísima, sin el rango de la del Prado —es una pieza absolutamente magistral de la historia de la arquitectura europea de finales del siglo XVIII—, pero tiene ese decoro que ofrece la arquitectura del principio del siglo XIX madrileño. Lo más digno del palacio de Villahermosa era la fachada. Y sobrevive hasta 1972-73. El arquitecto Moreno Barberá hace, en esa fecha, para la Banca López Quesada, una transformación. Y mantiene únicamente la fachada del edificio. El resto se tira. Se hacen tres sótanos y se construye una estructura de hormigón y pilares allí donde había muros, y se adapta para el uso de una banca comercial. Cuando en 1985 se ejecuta el proyecto y se comienzan las obras del palacio, se entiende que, desde la posición extraordinariamente valiosa del palacio con relación al Prado, en el centro de Madrid, el servirse de la reforma hecha, para presentar la colección del barón Thyssen era no aprovechar, potencialmente, todo aquel valor que el palacio tenía. Y se acuerda llevar a cabo una reforma en profundidad.
    Una obra reposada, tranquila
    -¿Con su obra de Villahermosa qué pretende sobre todo?
    -Pretendo que el palacio sea una obra que contribuya a que el barón Thyssen decida que el lugar de descanso definitivo para sus cuadros sea Madrid. El espacio es fantástico. Pero si la reforma tiene algún valor es la de no suscitar al visitante sobresaltos. Me gustaría que la gente la entendiese como una obra reposada, tranquila, que reconoce los valores de esa arquitectura de principios de siglo XIX, con habitaciones generosas pero no exagera-das, apropiadas para contener una colección de pintura extraordinariamente diversa, variada y rica. La extensión del palacio es de 18.000 metros cuadrados. El 60 por 100 del espacio está dedicado a espacios públicos; el 40 por 100, a servicios e instalaciones.
    -¿Pero estas grandes soluciones cómo las gesta, gracias a una feliz idea personal o por una compleja labor en equipo?
    -Hay mucha gente trabajando conmigo. Hay arquitectos en este estudio de casa que ha visto en el estudio nuevo... El trabajo del arquitecto es lento porque requiere mucha elaboración. De las estructuras se encarga mi hermano Mariano, ya le he dicho que es ingeniero de caminos. Para las demás instalaciones trabajamos con grupos o equipos de ingenieros. El proyecto Thyssen está hecho con una firma inglesa importante de ingenieros... Pero las ideas en la arquitectura son un proceso de elaboración paciente, constante, de insistencia. Y siempre hay un momento de temor y de ansiedad cuando uno se enfrenta por primera vez a un proyecto. En esos instantes te dejas llevar por las respuestas más instintivas y más directas. Y pienso que ese instante de intuición es el que marca el carácter que va a tener el proyecto.
    Atocha, con dolor
    -¿Cuál ha sido la obra más dolorosa de su vida?
    —Hombre... Yo creo que Atocha y el Aeropuerto de Sevilla. Han sido las obras más difíciles que he ejecutado. Tienen que ver con su dimensión y con la urgencia con que esos trabajos se están realizando... Y también con la servidumbre del tiempo. Vives con la sensación de que a veces el cumplir con un plazo es más importante que esmerar la calidad de la obra. Es terrible, realmente. Pero son obras que, a pesar de las dificultades que han tenido, volvería a aceptarlas. Es importante que la arquitectura intervenga en obras de trascendencia pública.
    -¿Aun a riesgo de padecer noches de angustioso insomnio en busca de soluciones imposibles?
    -No sé, no sé... No pasan las cosas tanto así... Pero sí tiene que ser el arquitecto muy tenaz en seguir demandando aquello que uno cree que la obra necesita. En este aspecto, a veces, uno dice: no vale la pena batallar tanto para con-seguir que algo se realice en la dirección que uno querría... Y muchas veces, más que perder el sueño, es la tentación de tirar la toalla… Hasta ahora me parece que no hay ninguna obra en la que haya tirado la toalla.
    -¿Qué obra no proyectaría jamás?
    -Es una pregunta difícil de contestar. Hay obras que me sentiría menos cómodo. No sé… Por ejemplo, no sabría muy bien como solucionar el problema de una prisión. No me veo capaz de resolverlo. No tengo voluntad de reformador social.
    -El 13 de septiembre de 1991 gana el Concurso Internacional para el nuevo palacio de Cine en El Lido de Venecia. Su obra fue calificada de muy veneciana. ¿Esperaba el triunfo?
    -Bueno, yo veía que podía ser. Conocía los otros proyectos. Era un concurso por invitación a 12 arquitectos. Yo lo proyecté en la primavera de 1990 y el 91 me ha traído ese regalo… Cuando uno se enfrenta a un proyecto siempre hay un temor: ¿seré capaz de reconocer todo el incentivo y todos los problemas que hay aquí? Y a uno siempre le parece que el trabajo que hace tiene menos alcance que el realizado por los otros. Yo respondí a un solar que no es maravilloso, por que El Lido es feo, no es Venecia. Es un islote frente al Adriático que cierra la laguna y donde los venecianos tomaban baños de mar a principios del siglo XX. Mi proyecto está pensado para escapar del Lido y orientarse hacia Venecia. Y se plantea tan claramente esa solución que confié en una gran marquesina la estructura entera del edificio. Es una marquesina que protege a la gente de los vaporetos que llegan a Venecia y se convierte en una especie de terraza.
    Discutir es antipático
    -La profesión de arquitecto tiene «status», prestigio, reconocimiento, popularidad y una economía placentera. Usted lo tiene todo y además, está considerado como uno de los mejores arquitectos del mundo. ¿Por qué repite que su profesión es durísima?
    -Es muy dura. Porque muchas veces las metas que uno se propone son metas que no siempre coinciden con toso aquellos operadores que intervienen en la construcción del edificio. Y lo que uno persigue es casi una labor solitaria, el interés que el arquitecto tiene por la cualidad no es aquello que el propietario quiere. Y la dureza está en la producción misma del proyecto. Porque un proyecto no es algo que se resuelva rápidamente con un golpe de intuición o de buena fortuna. Requiere muchísimo esfuerzo, es el fruto de una labor de meses, años… Hay que cumplir con las ordenanzas, con los códigos, hay que estar pendientes de los precios… Y luego está ese sentimiento de responsabilidad para administrar el dinero de quien encarga el proyecto… Y está el intermediario, que es constructor, para el que todo lo que suponga una merma no visible es un beneficio en la construcción. Y contra todo esto el arquitecto lucha. Y tienes que dar explicaciones de lo quieres hacer. Y es antipático discutir. El gran lujo de la vida es no tener que seducir a nadie, dejarse seducir.
    -Da la sensación de que está agobiado, estresado, sin tiempo para nada. ¿Cuándo no trabaja de sol a sol, a qué se dedica?
    -Bueno, estresado no. Han sido años de mucho trabajo. Me gustaría decir que cualquier día es bueno para charlar. Y sin embargo, el estar pendiente de tres o cuatro obras importantes hace que viaje todas las semanas dos o tres días, y que cada 15 días vaya a Harvard, que atienda al estudio y que tenga que llevar una vida agitada. Pero bueno, creo que es una vida que uno la soporta con alegría y contento porque está haciendo un quehacer que le atrae. Y soy una persona a la que le gusta disfrutar de gentes, de paisajes. Para alguien que ama la arquitectura como la amo yo, el viajar, el entablar relación con la arquitectura del pasado, el tener la sensación de que te han dejado ver tantas cosas, es algo grande.
    -En Europa hay una corriente restauradora potente. Todo se conserva, se respeta y se repristina. En España parece que, muchas veces, ocurre lo contrario y se destroza el pasado. ¿Por qué?
    -Yo no creo que sea del todo así. Hay conciencia del valor que tiene la arquitectura del pasado y la sensación de que el mundo que hemos recibido como heredado tenemos obligación para con él. Y esta actitud de respeto hacia la ciudad antigua que está presente en Europa, también está presente en España. Comienza en los años sesenta y ha tenido cada vez mayor influjo. Pero nuestro problema es ser capaces de crear ciudades que ofrezcan los atractivos que la ciudad tradicional tiene, sin destruirla.
    -Usted ha afirmado que en Europa se vive una cultura antigua de las ciudades, anómala con respecto a las nuevas tecnologías que se crean. El arquitecto Oscar Niemeyer levantó una ciudad moderna por encargo que no funcionó. ¿No cabe el riesgo de crear un mundo inhumano?
    -Hay casos de ciudades de nueva planta que se han creado donde no existían. Pero es muy difícil inventar una ciudad. No creo que los arquitectos seamos completamente responsables de lo que son las ciudades. Las ciudades son algo que, afortunadamente, es mucho más complejo y sofisticado: es la más densa de las creaciones humanas. El arquitecto ayuda instrumentalmente a que se construya una ciudad, pero a mí me parece que no podemos marcar pautas físicas para que una ciudad tome una determinada forma. Hay una vida añadida que es la legislación, la idea de pro-piedad, el transporte, etc...
    Un nuevo humanismo
    -En su discurso de toma de posesión como director de la Escuela de Arquitectura de Harvard, hablaba del peligro de la «losangelización» de las ciudades. ¿Qué quería decir?
    -Bueno, no sé si es o no un peligro. Antes, la ciudad tradicional era un lugar de encuentro, donde concurrían las gentes y coincidían físicamente. Ahora, las formas de vida nueva permiten otro tipo de comunicación. Y las gentes se encuentran, no tanto por azar sino por acuerdo previo. Pero a esto yo no lo calificaría de relación inhumana. Es tan humana como la otra. Es absurdo pedirle a la ciudad de Los Ángeles los atributos de la ciudad antigua; yo no diría nunca que Los Ángeles es una ciudad inhumana. Es una ciudad en que el hombre vive sirviéndose de esas nuevas técnicas de comunicación y que, cada día, querámoslo o no, van a pesar más en nuestras vidas
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  • Fuente:http://www.intereconomia.com/

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