lunes, 27 de diciembre de 2010

«Toco y acaricio a las personas y a las cosas»

Martín Lejarraga. Arquitecto. Ha recibido el prestigioso premio Urban Intervention Award por la Biblioteca de Torre Pacheco«Yo siempre repito que hay que dar lo que nadie nos pide, y por eso me preocupo especialmente por los espacios públicos. Y como decía Helenio Herrera a sus jugadores, pienso que el que no da todo, no da nada»

Vivo colgado de la arquitectura», dice Martín Lejarraga (Bermeo, 1961), afincado en Cartagena, donde tiene su estudio y su vida bañada de Mediterráneo y afectos, desde 1991. El arquitecto -«me encuentro cómodo al borde del abismo»- lleva unos días «cruzando España en coche, de norte a sur», acompañado de su familia, mientras escucha «villancicos todo el tiempo» cantados por artistas tan diferentes como Camarón y James Brown. Hace unos días, recibió el prestigioso premio Urban Intervention Award, creado por el Senado de Berlín para fomentar el urbanismo más esperanzador y habitable (cómoda y apaciblemente). El jurado lo premió por su trabajo en Torre Pacheco: un conjunto arquitectónico o barrio cultural que el arquitecto ha ido tejiendo sin hacer ruido y que incluye la Biblioteca Municipal, el llamado Parque de Lectura y un colegio público. Un gran oasis para leer y soñar de día y de noche. Lejarraga siente debilidad, entre otros, por Andy Warhol -ah, el amor es libre-, Rubens -curioso, porque el pintor jamás lo habría utilizado a él como modelo para su obra 'El rapto de las hijas de Leucipo' (1616), ya que el arquitecto es puro hueso con fibra-, y Mohamed Alí -también a él le gusta luchar, resistir y a ser posible vencer, aunque jamás pisa un gimnasio y no mata ni a una (triste) mosca-.
Lejarraga, que prefiere el plomo al oro y que junto a los pintores Ángel Mateo Charris y Gonzalo Sicre creó el grupo de acción cultural propietario de La Naval, sin duda la galería más pequeña del mundo (Muralla del Mar, 1. Cartagena), es amigo de todo tipo de experiencias vinculadas a la cultura. En 2010 ha participado en la feria de arte Arco (Madrid) y en el festival SOS 4.8 (Murcia) con su proyecto expositivo 'Casa para un coleccionista nómada', una 'roulote' tuneada repleta de variopintas obras de arte y buen humor, y él mismo protagoniza algunos cuadros de los artistas plásticos antes citados, cuyas casas/estudios/refugios les ha diseñado (son amigos, se admiran y se apoyan). Sicre, por ejemplo, lo mostró al mundo en 2002 como un San Juan marrajo del siglo XXI, de potente cráneo, con el torso desnudo y las manos atadas a la espalda. Bebe Lejarraga, por puro placer, té. Y se rinde ante el sabor de aceite.
Autor de numerosas infraestructuras de envergadura en los más importantes municipios de la Región -suyo es el MUCAB de Blanca, situado junto al río Segura y en el que se integra la Fundación Pedro Cano, recientemente inaugurada-, es también el creador de obras coquetas y de pequeño y medio formato que tienen los más diversos orígenes y destinos: desde el kiosco La Patatera a los Túneles Submarinos de El Empalmador, pasando por la Capilla La Milagrosa (en Los Camachos).
Cuando se le hacen preguntas, sobre todo si tienen que ver con su vida más privada, le entran unas ganas incontroladas, que finalmente termina controlando porque sabe hacer un uso bastante razonable de su razón, de responder con la 'fórmula' que aplicaba, precisamente, Warhol: 'Sí', 'No', 'No lo sé'. Pero finalmente no acude a Warhol, sino a Borges, para utilizar uno de sus pensamientos literarios a la hora de dejar claro su deseo de normalidad, que no de rutina ni de aburrimiento, en todo: «Soy un tipo normal y no quisiera parecer original, ni en la vida personal ni en la profesional, en 'este tiempo devoto de la ignorante superstición de la originalidad'».
Padre de dos hijos, arquitecto por dentro y por fuera, curioso radical, devorador de información y estímulos de cualquier galaxia que se le ponga a tiro, ojo explorador, manos inquietas que dibujan en el aire y en la tierra nuevas arcas de Noé en las que poder comenzar a vivir -mejor- de nuevo, cree Martín Lejarraga en «el entusiasmo, el esfuerzo y la concentración» como motores de la vida. «Al menos, a mí me valen como motores de la mía», dice. Una vida fundida con su trabajo. Un trabajo del que vive y del que respira. Y al que se aplica con tenacidad. «Me considero un tipo tenaz, que hace de la constancia y de la resistencia valores de su trabajo», indica. Como arquitecto, aclara, «no soy de los que están continuamente elaborando teorías o intelectualizando las acciones; mi trabajo es de estructura más física que intelectual».
Como persona, quizás lo que más le caracterice sea «la atención que dedico a lo que me rodea y me interesa y quiero; dice Carlos Fuentes que la atención es una de las formas más perfectas del amor». Y eso, precisamente, el amor -«que como decía Borges, nos deja ver a los otros como los ve la divinidad»-, es algo fundamental en su vida, «junto a la emoción y a la tensión». Y, desde luego, «la libertad, que la damos por supuesta». Casi todo lo demás «es prescindible», aunque Martín Lejarraga no se para a pensar en qué cosas son prescindibles para él. «Sencillamente -dice- voy eligiendo y me voy quedando con lo que de verdad me importa».
-¿Qué hace usted para que las ciudades en las que trabaja mejoren?
-Yo siempre repito que hay que dar lo que nadie nos pide, y por eso me preocupo especialmente por los espacios públicos. Hoy en día, el espacio público debería ser el principal motivo de atención de los arquitectos. Los espacios públicos concentran esa situación de complejidad que requiere la intervención conjunta de la arquitectura con todas sus derivas -urbanismo, paisajismo, topografía, construcción...-, y otras disciplinas que le son afines, como la ecología, la sociología, el deporte y el arte callejero.
Martín Lejarraga explica que «busco la oportunidad, o me la invento, para involucrar en mis proyectos a los usuarios, a otros colegas, a los albañiles, jardineros, a los 'skaters', a los pintores, fotógrafos, directores de cine, grafiteros, etc. Alfred Hitchcok decía que en sus películas le daba a todo el mundo la oportunidad de opinar y de dar ideas; yo intento hacer eso mismo, y por eso luego el resultado final es obra de todo el que ha participado, de un equipo, no del arquitecto. No sé dónde leía que en la China antigua el ideograma que representa al sabio es una oreja desmesuradamente grande».
-¿Cómo es su casa?
-La casa en la que vivo tiene salón, cocina, cuatro dormitorios, baños y galería con terraza. Orientada al Sur, tiene las ventanas grandes y las paredes blancas. Es mi casa, la casa más maravillosa del mundo; y no la proyecté yo, lo hizo un buen arquitecto, José María Torres. Todo el mundo debería tener la oportunidad de decir esto mismo, de sentirlo así; esa es mi responsabilidad y mi compromiso como arquitecto; trabajo 14 horas al día para que eso sea posible.
-¿Y cuál es su rincón preferido en su casa de paredes blancas?
-El ventanal que mira al puerto.
Cuando Martín Lejarraga se queda a solas, aprovecha el silencio para escucharse a sí mismo -dudar, felicitarse, darse anímos, proponerse planes, ponerse mala o buena cara...- y se lanza a un ejercicio que le encanta: concentrarse. A veces es muy tajante: «No ambiciono nada», asegura. «No temo a nada», afirma. Y no sólo a veces, sino casi siempre, le encanta «asumir riesgos», algo que «es parte de mi trabajo». Hay algunas cosas con las que no puede, «la desgana, la apatía, la falta de educación», y no suele proponerse cosas a largo plazo. «Me levanto temprano y me pongo a trabajar, sin más», precisa. Y se levanta inmediatamente y se pone a trabajar, en efecto: organiza, busca, intenta recordar, contacta con sus colaboradores... Derrocha energía. Y no grita.
Tiene una y mil fuentes de inspiración: «Yo voy recibiendo datos y procesando información continuamente, pero no tengo lugares, ni horarios, ni costumbres establecidos para cada cosa: en el coche trabajo, en el estudio hablamos de cine, el martes vamos a una conferencia y el domingo terminamos un concurso... Me interesan y me inspiran 'Macbeth' y 'Los Soprano', Rubens y Valcárcel Medina, Nueva York y el Mar Menor&hellip».
-¿Por qué se hizo arquitecto?
-Me encantaba dibujar y pintar.
Ahora, repasando su trayectoria profesional para esta entrevista, llega a una conclusión alejada de las falsas modestias: «Estoy orgulloso de todas mis obras porque me resultan imprescindibles». Unas han ido dando lugar a otras, se han ido necesitando.
-«Todo lo que hago contiene la idea de protección, de defensa, de ayuda, de consuelo», ha dicho. ¿No es usted demasiado ambicioso?
-Sí, pero es que creo que, en arquitectura como en todo, hay que ser ambicioso y ponerse el listón todo lo más alto que uno pueda. Eso no quiere decir que no conozca mis limitaciones.
-¿Qué es para usted el consuelo?
-Sentirse en un ambiente y en un espacio que a uno le resulten gratos, que a uno le permitan refugiarse de las dificultades diarias, de la situaciones incómodas y un poco hostiles que tiene la vida a nuestro alrededor; y que la arquitectura, que nuestra casa, que el colegio, que la biblioteca... resulten un consuelo, aporten un momento de tranquilidad, te hagan sentirte en un espacio que produzca un poco la sensación de estar en paz con uno mismo.
-Defiende usted que la arquitectura «es columpio, es una bicicleta y es una bomba de relojería».
-Un día me dijo Andrés Perea, que es un gran maestro de maestros arquitectos, que tenía pinchado en la entrada del estudio mi pequeño manifiesto, en el que digo esas cosas, titulado 'Truims'. Es una forma de expresar que la arquitectura lo invade todo. La arquitectura está al servicio del hombre y éste tiene múltiples necesidades: columpiarse, leer, dormir, refugiarse, divertirse...
-¿Y la bomba de relojería?
-Los edificios se comportan muchas veces como bombas de relojería. Decía yo, en la presentación de la Biblioteca de Torre Pacheco, que querría pensar que en este eterno e inconcluso debate sobre si la arquitectura, o la cultura, puede cambiar el mundo, en efecto estas pequeñas obras que a veces hacemos, estas pequeñas ofrendas a la arquitectura que decía Kant, pueden hacer que cambie la vida de muchas personas; y, en ese sentido, son una bomba de relojería. Nosotros ponemos un edificio ahí que aparentemente es algo inerte, casi inocuo, y no es así: para lo bueno y para lo malo he hecho una bomba de relojería.
-¿El Parque de Lectura es lo más singular de su trabajo premiado?
-Creo que sí, que es la mayor aportación. Me he emocionado viendo cómo las riadas de gente que se han acercado a la Biblioteca Municipal lo hacían paseando por un parque público que activa la imaginación y los sentidos, y que es intergeneracional: abuelos, jóvenes, madres y padres con sus bebés, niños... Es un microcosmos alrededor de la Biblioteca que intenta activar el conocimiento y los sentidos.
-Y, hoy, recompensado por este proyecto, ¿qué significación especial tiene para usted este lugar?
-El trabajo en Torre Pacheco es especial por el reconocimiento internacional que está teniendo; la constatación de llegar a lo global desde lo local, de que trabajar en tu pueblo es igual de importante que hacerlo en la gran ciudad.
«Ahora, mi empeño y mi esfuerzo se dirigen a conservar la calma y mantener los equipos de trabajo y el capital humano y de conocimiento que tanto nos ha costado crear», asegura el arquitecto, a quien le gusta cuidarse y, en efecto, lo hace.
-¿Cómo se cuida?
-Lo básico es : 'mens sana in corpore sano'. Intento mantener el equilibrio, entre otras cosas, porque nuestro oficio requiere estar en buena forma física.
(Eso sí, Martín Lejarraga hace deporte siempre al aire libre).
-¿Es celoso?, ¿es desconfiado?, ¿es irascible?
-No, no, ¡que no!
-¿A qué arquitectos admira?
-A muchos; estoy escribiendo una lista de arquitectos -españoles, vivos- que he llamado 'Los 300' -sí, como los espartanos de Leónidas-; buenos arquitectos a los que admiro. En cuanto la acabe se la paso.
-No se moleste, muchas gracias. ¿Qué construcción le hubiese gustado firmar?
-Un rascacielos de Nueva York.
-¿Cómo es su relación con sus dos hijos?
-Intento ser un buen padre y crear una atmósfera en la que sea posible que esa relación, que cambia día a día, se haga más intensa y firme.
-¿Qué es lo último que hace cuando se acuesta?
-Darles las buenas noches.
-¿Qué objetos de su propiedad le producen mayor satisfacción?
-Mis tesoritos, como dicen con ironía mis hijos, son algunas pequeñas piezas de arte: como los libros pintados y los dibujos blancos, los mejores, de Charris; los cuadros negros, los mejores, de Sicre; los retratos de fachadas, los mejores, de Juan Manuel Díaz Burgos. Y cuando digo 'los mejores' no quiero decir que mis piezas sean las mejores, sino que esas familias -cuadros blancos, negros, retratos- dentro de su trabajo son, para mí, lo mejor de lo que hacen.
-¿Qué obra de arte hay sobre su cama?
-Un pequeño tríptico; tres cruces pintadas. Es una obra de un amigo.
-¿Por qué vive en Cartagena?
-Porque es la ciudad a la que más quiero.
-¿Qué sueño acaricia?
-Me gustan esas palabras, pero en este caso no van juntas. Yo sueño despierto y no acaricio mis sueños; toco y acaricio a las personas y a las cosas, porque para mí significa conectarse con ellas y así conocerlas mejor, intercambiar sensaciones, tenerlas más cerca, recibir su energía o darles la tuya; suena un poco raro, pero yo lo siento así.
-¿Cuándo lloró por última vez?
-Lloro con facilidad.
-¿Qué importancia tiene el mar en su vida?
-Me encanta lo que sucede en el mar y practico todo lo que es posible en él: mirar, escuchar, flotar, nadar, bucear, surfear, navegar, pescar&hellip
-¿Cómo se divierte?
-Utilizo pequeños trucos para buscar huecos y divertirme y entretenerme varias veces al día, como si fueran unos pocos minutos sabáticos: una llamada de teléfono a un amigo, la lectura de un artículo de una revista de arte, una canción o un vídeo nuevos, comer con mis hijos, un capítulo de 'Los Simpson', ¡yo qué sé!
-¿Por qué apostamos?
-Creo que la apuestas por la educación y la cultura son fundamentales; cito a Vargas Llosa en su discurso del Nobel: 'Hay que seguir empeñados en construir escuelas, bibliotecas y hospitales'.
-Le doy la razón. Hágame usted a cambio un resumen (de usted).
-En resumen: admiro mucho, me atraen y me inspiran todo tipo de cosas, personajes, historias, etc. Y sí, también me gusta el fútbol, y como decía a sus jugadores Helenio Herrera, pienso que el que no da todo, no da nada.
Vivo colgado de la arquitectura», dice Martín Lejarraga (Bermeo, 1961), afincado en Cartagena, donde tiene su estudio y su vida bañada de Mediterráneo y afectos, desde 1991. El arquitecto -«me encuentro cómodo al borde del abismo»- lleva unos días «cruzando España en coche, de norte a sur», acompañado de su familia, mientras escucha «villancicos todo el tiempo» cantados por artistas tan diferentes como Camarón y James Brown. Hace unos días, recibió el prestigioso premio Urban Intervention Award, creado por el Senado de Berlín para fomentar el urbanismo más esperanzador y habitable (cómoda y apaciblemente). El jurado lo premió por su trabajo en Torre Pacheco: un conjunto arquitectónico o barrio cultural que el arquitecto ha ido tejiendo sin hacer ruido y que incluye la Biblioteca Municipal, el llamado Parque de Lectura y un colegio público. Un gran oasis para leer y soñar de día y de noche. Lejarraga siente debilidad, entre otros, por Andy Warhol -ah, el amor es libre-, Rubens -curioso, porque el pintor jamás lo habría utilizado a él como modelo para su obra 'El rapto de las hijas de Leucipo' (1616), ya que el arquitecto es puro hueso con fibra-, y Mohamed Alí -también a él le gusta luchar, resistir y a ser posible vencer, aunque jamás pisa un gimnasio y no mata ni a una (triste) mosca-.

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