miércoles, 23 de marzo de 2011

"Muchos de los edificios que se venden en España están obsoletos antes de ocuparse"

En España se ha construido mucho y mal, e incluso la mayoría de los edificios que aseguran ser sostenibles no lo son. Es la conclusión que puede extraerse al hablar con Joan Sabaté, arquitecto director de SaAS, una sociedad dedicada a la arquitectura sostenible. Según este experto, un auténtico edificio sostenible no solo no es más caro, sino que permite ahorros considerables desde el primer año, y por ello, recomienda a los consumidores que exijan los certificados correspondientes. Además, Sabaté asegura que en los próximos diez años miles de casas en toda España tendrán que rehabilitarse para cumplir la normativa europea.
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Usted ha asegurado que la "mayor parte de edificios que llevan la etiqueta de sostenible no lo son". ¿En qué se basa para expresar esta afirmación?
En la información que muestran, o mejor dicho, que no muestran. El carácter sostenible de un edificio no es una cuestión de voluntad o de discurso, sino el resultado de un balance de entradas y salidas que debe ser tan riguroso como la contabilidad de una empresa. Imagine una publicidad de un coche ecológico que solo hablara de conceptos y tendencias, pero que no mencionara ni un solo dato sobre el consumo o las emisiones. Nadie se lo creería y, con toda probabilidad, al final lo denunciaría como publicidad engañosa. Por el contrario, en el mundo de la edificación parece que cualquier afirmación no precisa justificación.
¿No hay un control riguroso para este tipo de edificios? Se supone que las normas y los códigos de edificación son cada vez más estrictos.
Hay normativas que regulan la construcción, como el Código de la Edificación, que deben ser respetadas y no pongo en duda que lo sean. Pero en España estas normativas tienen exigencias ambientales muy limitadas. Por ello, aunque todas las nuevas edificaciones las cumplan, no se garantiza su sostenibilidad. Todo el sistema normativo español necesitará una profunda revisión para alcanzar los objetivos que fija la UE en materia ambiental para los próximos diez años.
A pesar de ello, ¿en qué se pueden fijar los consumidores para saber si un edificio es lo más sostenible/ecológico posible?
Una primera condición es la Certificación Energética. Exigible en nuevas edificaciones con licencia de obras concedida desde finales de 2007, define los consumos en kWh/año y las emisiones en Kg de CO2/año para el edificio y otorga un grado de eficiencia respecto a un edificio estándar. El resultado es una tarjeta, similar a la utilizada en electrodomésticos, con una letra que puede variar de la A a la G, y que según la normativa "debe incluirse en toda oferta y publicidad dirigida a la venta o arrendamiento del edificio".
¿Qué supone tener un edificio con la máxima calificación energética, la A?
Implica una reducción del consumo de calefacción y agua caliente sanitaria del 40% respecto de un edificio que cumpla los mínimos fijados por la actual reglamentación. Pero si el consumidor desea de verdad apostar por las viviendas sostenibles, debería además exigir un sello ambiental. Certificaciones como la norteamericana LEED, la alemana PassivHaus, la suiza Minergie, o la recién establecida Verde española, garantizan no solo la eficiencia energética, sino las buenas prácticas ambientales en ámbitos como el consumo de materiales o la eficiencia en el uso del agua. Por su parte, las certificaciones ambientales son mecanismos voluntarios similares a las certificaciones de calidad empresarial, como la ISO 9001, que se promueven para diferenciarse de la competencia. Estos nuevos sellos han irrumpido con enorme fuerza en algunos ámbitos de la edificación, empujados en muchos casos por las políticas de responsabilidad social corporativa (RSC) y marketing verde de las grandes compañías multinacionales.
¿Qué certificaciones de las citadas destacaría?
El LEED, con gran penetración en el mercado de oficinas y próximo a los grandes fabricantes, y el centroeuropeo (PassivHaus, Minergie), más vinculado a la vivienda. Me inclino por el segundo, ya que insiste más en la cuantificación y no tanto en el cumplimiento de determinados parámetros.
¿Qué puede hacer un consumidor para que se implante de manera efectiva la arquitectura sostenible?
Saber comprar. Saber que puede exigir balances cero y costes anuales similares a los actuales. Saber que el coste de la edificación es apenas una tercera parte de lo que paga por la vivienda, que el suelo es la parte más importante (aún en este momento) y que un incremento del coste de construcción del 10% representa menos del 3% del coste final, y que el valor mensual del incremento de la hipoteca será menor que el ahorro obtenido. Saber que apostar por la sostenibilidad no solo le hará sentirse mejor y más ético, sino que no le costará más caro, y que puede y debe exigir a promotores y arquitectos que justifiquen estos balances económicos y ambientales. Y si no, no comprar. En estos momentos en que el mercado está saturado de oferta y falto de demanda, si exige, encontrará respuesta.
Su empresa, SaAS, prioriza la innovación tecnológica y la sostenibilidad. ¿Hay mercado para este tipo de oferta?
En estos momentos, el mercado inmobiliario en España es prácticamente inexistente. La mayor parte de las ventas se nutren del stock de edificios empezados antes del inicio de la crisis y, por tanto, no incorporan mejoras ambientales. En muchos casos, son edificios ya obsoletos antes de ocuparse. Pero todo apunta a que las nuevas promociones serán mucho más sensibles en estos aspectos. Los inversores que compran edificios de oficinas para alquilarlos y cuyo negocio es patrimonial, apuestan ya de manera decidida por edificios con certificación LEED, ya que muchas grandes compañías internacionales exigen esta distinción en sus sedes corporativas.
Una de las críticas que se hace a este tipo de diseños sostenibles es que encarecen mucho el precio final. ¿Le merece la pena a un consumidor?
Responderé con un caso práctico. Hace un par de años, SaAS desarrolló un proyecto de 60 viviendas de protección oficial en Tossa de Mar (Girona) para la Generalitat, con una reducción estimada del 70% en el consumo de calefacción y producción de agua caliente sanitaria (ACS), respecto a un edificio convencional. El proyecto, auditado por la Administración, incrementó el coste de construcción en unos 4.500 euros para una vivienda de 80m2 útiles. La reducción de consumo representa un ahorro anual neto de unos 550 euros, mientras que el coste anual de incrementar nuestra hipoteca en 4.500 euros, a veinte años, puede oscilar entre 320 y 350 euros anuales. No solo no es más caro, sino que representa un ahorro anual neto desde el primer año. El ahorro se incrementará de forma proporcional al incremento de precio de la electricidad y puede significar un salto cualitativo en el momento de nuestra jubilación. Este mismo ejemplo se puede aplicar a otros proyectos similares.
Una de las causas que han agudizado la crisis en España es el crecimiento insostenible del sector de la construcción. ¿Qué se debería hacer a partir de ahora?
El futuro pasa por la rehabilitación. Se ha construido mucho y mal, y en los próximos años se deberá rehacer parte de este trabajo. Hay una directiva de la UE que obliga a los Estados miembros a reducir en un 20% la demanda energética para el año 2020. Este reto solo puede conseguirse con la rehabilitación del patrimonio construido, ya que las nuevas edificaciones no pueden reducir el consumo de lo existente. Reducir el 20% de la demanda implica rehabilitar en los próximos nueve años el 30% del parque edificado, con una reducción del consumo cercana al 70%. Para poner una cifra, en Cataluña implicaría rehabilitar más de 70.000 viviendas anuales, ¡más que lo construido en las épocas de la burbuja inmobiliaria!
¿Es muy utópico pensar que el sector de la construcción pueda ser ecológico?
No se trata de la edificación, sino de la economía. El sistema económico actual es insostenible porque no cierra sus ciclos de materia o energía. Toda la producción tecnológica se basa en la extracción de los recursos naturales, su transformación en productos con valor comercial y su eliminación, una vez consumidos, en forma de residuo. Un modelo económico que consume de manera sistemática el capital natural y que nunca repone esa destrucción tiene los días contados.
¿Cómo debería ser un modelo económico sostenible?
Hay que incorporar los costes de mantenimiento y explotación, los costes ambientales, los costes de reposición, y cerrar el balance a cero. Es una extraordinaria apuesta que mejora el mundo y da sentido a la propia vida.


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