miércoles, 20 de abril de 2011

Un poema de cristal de 15.000 metros cuadrados

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"Es un edificio en el que no se entra, se sale". Esa primera sensación embargó a Juan Luis Arsuaga, uno de los codirectores del yacimiento de Atapuerca, al entrar en el Museo de la Evolución Humana (MEH). Quien explora el abismo interior de Atapuerca, encontró allí su majestuoso reverso de luz.
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Su creador, el santanderino Juan Navarro Baldeweg, distinguido en más de 40 ocasiones en el ámbito nacional e internacional y ganador del máximo reconocimiento nacional con la Medalla de Oro de Arquitectura (CSCAE), escribió acerca de una pequeña pieza escultórica propia palabras que, tal vez sin querer, revelan el corazón del gigante abierto el año pasado: "Parece desplomarse, pero no cae. Por el contrario, produce un desplazamiento del centro de gravedad y gira hacia arriba, 'cae' hacia lo alto, es decir, levita o asciende hacia la luz que parece su sustento".
El próximo día 9, el Museo de la Evolución Humana recibirá el reconocimiento a la mejor intervención arquitectónica de 2010 en la tercera edición de los premios Descubrir el Arte. El consejo editorial de esta publicación premia "el dinamismo, la constancia, la aventura, la innovación, la provocación...".
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La altura de un bloque de 11 pisos
El MEH es el epicentro de tres edificios, junto con CENIEH y el Palacio de Congresos que componen el Complejo de la Evolución Humana. Para quien no lo conozca sirve la descripción de la crítica de la revista Descubrir el Arte, Mercedes Peláez, como "un invernadero reinterpretado", al aludir a sus techos y paredes de cristal. Ahora solo hay que imaginar que ese invernadero tiene la altura de un bloque de 11 pisos (30 metros) y se extiende en 15.000 metros cuadrados. Un campo y medio de fútbol asentado en hormigón y sostenido por acero.
Pero la energía de su interior no puede cuantificarse. Ya estaba en un boceto realizado al poco de conocer el concurso abierto para el Complejo de la Evolución Humana que, entonces, se pensaba como un único edificio. "Dependiendo de hacia qué lado nos volquemos, la mano es un espejo que refleja un dentro o un afuera", escribe sobre el arte de escribir y dibujar este arquitecto en su delicioso libro Una Caja de Resonancia.
Para Navarro Baldewg un edificio no existe por sí mismo, está en un contexto y busca un referente. Para diseñar el MEH tenía dos referencias: la propia ciudad de Burgos y el yacimiento de Atapuerca. "El río Arlanzón es su nexo común, por eso el MEH y el Complejo en su totalidad debía dar la impresión de bajar hacia su cauce, de fundirse con su naturaleza".
Para poder realizar ese descenso debía elevarse cinco metros. Una altura que "salva al visitante de la presencia inmediata del tráfico y le regala una visión cara a cara de la Catedral de Burgos". Una elevación que sirve para que la parte superior del edificio se remate con cristales como espejos "que aportan más luz al horizonte de la ciudad".
El texto más citado de Navarro Bladeweg lleva el nombre El horizonte en la mano. Allí escribe "la mirada se adelanta al paseo corporal". Lo ha conseguido con el MEH. Su horizonte y su arquitectura.
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