lunes, 5 de diciembre de 2011

"En España no hay voluntad de proteger el paisaje"

David Chipperfield (Londres, 1953) trabaja en la planta 12 de un edificio de oficinas de los años 70 que necesita una urgente puesta al día, pegado a la estación de Waterloo y muy cerca del London Eye. Sorprende que el reciente ganador del Mies van der Rohe de arquitectura, con despachos en Londres, Berlín, Milán y Shanghai y casi 200 personas a su cargo, ocupe dos plantas en este inmueble. El arquitecto explica que está preparando un nuevo proyecto para el edificio y se han trasladado “a pie de obra”. De todos modos, no es sir David Chipperfield un arquitecto preocupado por los oropeles. Lo suyo no es la arquitectura llamativa o high tech que practican otros británicos como Richard Rogers o Norman Foster, con los que trabajó en sus inicios; él prefiere la discreción y la modestia. Y su estilo sobrio le ha aupado entre los grandes de la arquitectura. Algunas de sus obras en España, país al que le une una relación muy intensa, son la Ciudad de la Justicia de Barcelona, el edificio Veles e Vents de Valencia o la remodelación del paseo del Óvalo en Teruel.
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Usted construyó su casa de verano en Corrubedo (A Coruña). ¿Qué le atrajo de Galicia?
Llegamos hace 20 años de la mano del arquitecto Manolo Gallego. Teníamos niños muy pequeños y nos animó a pasar el verano en Galicia. Es un territorio que ha cambiado poco en lo esencial, pese a que han construido muchísimos nuevos apartamentos a raíz del boom inmobiliario, que todavía están vacíos. Galicia tiene una naturaleza impresionante y, salvo lugares como Santiago de Compostela o las Rías Baixas, no tiene un turismo masivo y es todavía un lugar muy tranquilo.
Eso no la ha salvado de la locura constructiva de los últimos años.
Es una gran pena. Es un gran problema, y no sólo español, aunque tal vez en España es más ofensivo porque no hay voluntad de proteger el paisaje o las construcciones históricas. Si vas a Galicia, salvo en el centro de Santiago, que se identifica claramente como un lugar histórico protegido, donde los elementos nuevos no molestan, fuera falta más protección de los edificios antiguos. Eso sorprende cuando vienes de fuera. Tal vez es parte del carácter de los gallegos, no ser muy sentimentales, sino pragmáticos.
Algo tendrán que ver los arquitectos con el desaguisado...
Creo que todos nosotros, sin medidas que fomenten la protección, podemos cometer errores, por eso hay que ser muy cuidadosos. En España faltan medidas para proteger la naturaleza y los edificios, ya no digo los indiscutibles, sino los que tienen una calidad mediana. En Galicia hay edificios realmente bellos y al año siguiente ya no están. No es arquitectura de alto nivel, pero si los derribas uno a uno, te quedas sin tu pasado. Por eso creo que ese boom constructivo era, además de un error económico, un error patrimonial.
¿Qué sucede en su país?
En Inglaterra, y no quiero decir que aquí todo sea perfecto, hay una actitud más conservadora, a veces demasiado, para mantener el territorio. Es complicado construir en zonas rurales porque es muy difícil recalificar los terrenos. Además, en Inglaterra es un orgullo vivir en un edificio protegido, porque se convierte en una casa importante. El único control real en España es la ley de Costas, un control extremo, porque también derriba edificios con valor histórico, como viejas factorías, que son arqueología industrial. No hay punto medio: o no hay protección, o es total. Nadie en la administración reflexiona con sentido común si un edificio debe ser protegido o no. Y esto no es desarrollo, el desarrollo bien llevado es bueno para la economía; si no, es especulación.
¿Ha perdido la arquitectura el significado y la memoria hasta convertirse sólo en un alarde de formas impactantes?
No toda. Los medios han promovido la arquitectura más vistosa, y los políticos y las instituciones a menudo han alentado esa promoción para que sus ciudades sean más visibles. Bilbao es un ejemplo maravilloso de este tipo de arquitectura, y su alcalde debe de estar muy contento por la potencialidad de la arquitectura de convertirse en una marca de promoción. Bilbao es un museo, un edificio, pero también es una ciudad nueva. Es una ciudad industrial, tal vez no es la más bella, pero tiene un muy buen programa de ciudad. No sólo es el museo, es el metro, los parques, las casas, los puentes. El museo es sólo una parte de una iniciativa muy inteligente.
Por eso otras ciudades han querido imitar este milagro.
Han tratado de hacer lo mismo en Santiago de Compostela [con la Ciudad de la Cultura, de Peter Eisenman]. Fraga dijo: queremos ser como Bilbao, pero no necesitan ser Bilbao, lo que necesitan es un buen plan. No es ninguna tontería decir: sí, Santiago es una ciudad con mucha historia, pero no queremos ser sólo un lugar histórico, queremos ser modernos. Muy bien, estoy de acuerdo,
entonces, ¿por qué no tener una buena biblioteca, una buena sala de conciertos...? Pero no necesitas iconos para tu tarjeta de visita.
¿Cuán relevante es la forma de un edificio en la vida cotidiana?
Es una cuestión interesante: ¿necesitamos catedrales modernas? Las catedrales son espectáculo. A lo mejor no necesitamos una catedral, o necesitamos una catedral y cinco iglesias. Pero seguro que no necesitamos una ciudad llena de ellas. Te encuentras incluso con gente que quiere que le construyan su propia casa icónica. ¡Es el colmo! Se trata de tener un lugar para desarrollar la vida doméstica, una vida feliz, no de convertirse en el dueño famoso de la casa de un famoso arquitecto.
Ya tengo un Picasso, quiero un Foster...
Sí, pero hay arquitectos famosos como Álvaro Siza, que construye viviendas ­privadas, que hacen una arquitectura fantástica, muy personal, que se relaciona con normalidad con su entorno. La expresión de la novedad por sí misma es un peligro.
Usted empezó a trabajar como arquitecto a finales de los 70. En plena crisis económica y en los años más duros del thatcherismo. ¿Ve algún paralelismo con el momento actual?
Creo que fue peor entonces, al menos en Inglaterra. En España me parece que es peor ahora, está siendo muy duro. Yo tengo bastantes encargos, así que no puedo juzgar. Sí creo que en estos 25 años el rol del arquitecto se ha hecho más importante. En los 70 en mi país había un montón de arquitectos trabajando en los pubs y los restaurantes. Corría un chiste: “¿Qué le pedirías a un arquitecto? Otra cerveza, por favor”. Creo que eso está pasando ahora en España.
Usted ha construido vivienda social en Villaverde (Madrid). ¿Qué diferencia este tipo de vivienda del resto? Si es que ha de haber diferencias…
Fue la primera vez que me invitaban a participar en un proyecto de vivienda social y resultó muy interesante. Pero, desafortunadamente, no nos invitan muy a menudo a realizar estos proyectos, porque creen que no aportamos “más valor”; con ello quiero decir que si un arquitecto famoso construye una vivienda de lujo, pueden venderla por muchísimo más dinero. Si un arquitecto célebre construye una vivienda de protección oficial, esta no aumenta de precio. En España hay buenísimos arquitectos que construyen viviendas sociales, pero esto no supone más dinero para el promotor. Por eso hay una perezosa tendencia de los promotores a decir: para qué vamos a recurrir a buenos arquitectos, si van a tratar de hacer propuestas más complicadas que nos van a provocar dolores de cabeza. En los proyectos de lujo también les creamos dolores de cabeza, pero si ganan un 30% más, les compensa. Por eso existen los arquitectos estrella, para generar más plusvalías. Yo prefiero imaginarme en un clima socialmente más responsable que ser una estrella de la arquitectura.
¿Y cómo consigue estar entre los grandes y huir del estrellato?
Mis hijos, mi familia, me obligan a ser una persona normal.
¿Cuál es su tradición, esa a la que recurre cuando aborda un nuevo proyecto?
Depende del proyecto. En México [Museo Jumex], por ejemplo, era muy importante tener en cuenta la cultura del país, que te da las claves para elegir las tipologías y los materiales. En Alaska [Museo de Anchorage] hay muy poca cultura arquitectónica de donde extraer ideas. En los muelles de Valencia [edificio Veles e Vents] no había nada y tenía que crear una atmósfera, un icono con una silueta atrayente... Pensé que para ver el mar y los veleros no hacían falta interiores, así que diseñé un edificio balcón, en el que la gente se sintiera como en un barco. La ciudad quería este edificio como un símbolo público, pero estaba dedicado a los VIP, así que tiene dos niveles públicos, para que la gente pueda estar en el edificio, aunque realmente no haya podido entrar en él, en las terrazas.
¿Y la Ciudad de la Justicia de Barcelona?
Es un proyecto realmente grande para un solo organismo. Eran 200.000 metros cuadrados, una tarea difícil. Por eso ideé un gran edificio dividido en cubos girados unos respecto a los otros, para dar una sensación menos monolítica, menos institucional, de permeabilidad, sin comprometer su austeridad. Hay sólo un gran modelo de ventana, 10.000 ventanas iguales. Y el giro de los edificios es una manera de pedir disculpas por su altura, por sus dimensiones. Estoy muy interesado en la escala y la repetición.
Los vecinos se oponían a su proyecto.
Al principio, hubo muchas críticas. Decían que era demasiado grande. Era una discusión política, unos de un lado y otros del otro. Ahora que está acabado, estoy bastante satisfecho con la idea básica, pero no completamente convencido de cómo se materializaron ciertos aspectos. Tuvimos que modificar el proyecto por razones políticas. Cambió el gobierno y uno de los edificios desapareció. Las condiciones fueron realmente duras, pero yo sigo creyendo en la calidad urbanística de los edificios girados.
¿Tiene ideología la arquitectura?
Todo tiene ideología. Pero no creo en las posturas radicales en arquitectura. Cada arquitecto participa con sus construcciones en la sociedad, y no puedes construir sin participar en ella. El problema es cómo mantener una posición de autonomía e independencia y al mismo respetar la posición del que te encarga un proyecto. Un pintor puede despreciar a un comprador de sus pinturas, mandarle al cuerno y considerar que quien no le compra es un bobo. Y si es buen artista, le seguirán comprando cuadros. Pero si eres arquitecto, te tienen que gustar tus clientes, tienes que creer en ellos y apoyarles porque tienes una responsabilidad para con ellos. Nuestras ambiciones deben quedar al margen. Lo importante es el proyecto.
Pero un edificio no sólo es de quien lo paga, también influye en su entorno.
Claro, debe considerarse quién es el verdadero cliente y esto a veces no está claro: ¿quién es el cliente de la Ciudad de la Justicia? Tal vez es la persona que pasa en taxi cada día frente a los edificios, o un preso, o su madre, o los abogados. El que te encarga las oficinas a lo mejor no va a estar en ellas, pero los trabajadores van a ir cada día y los vecinos las tienen al lado. Los clientes reales de los pisos de Madrid son los vecinos que viven en ellos; por eso, aunque las habitaciones tenían que ser pequeñas, yo insistí en que tuvieran ventanas del suelo al techo, y cada habitación, un balcón. El cliente que paga no quiere los balcones, pero los que van a vivir en ellos sí, y el vecino de enfrente quiere ver una forma bonita, pero estos no están en las reuniones... Por eso debes dialogar con el cliente y hacerle ver tu punto de vista profesional.
¿Y le entienden?
Si eres afortunado, tendrás clientes que te entenderán. Otros no lo entienden nunca, así que debes hablar contigo mismo. Pero lo esencial es que tus ideas sean asumibles, porque hay ideas que no benefician a nadie salvo a ti mismo. Los arquitectos se enredan en su lucha con su arquitectura y su diseño, en lugar de reflexionar sobre lo que la arquitectura debería ser.
¿La buena arquitectura es cuando uno no siente la necesidad de preguntarse por qué un edificio es como es?
Sí, a veces sobran las explicaciones. La arquitectura no es como la televisión, algo que debas mirar fijamente. Es más una cuestión de impresión general. ¿Fuiste al museo el fin de semana? Sí, ¿Te gustó? Sí, es muy bonito. Vas a un museo, te gusta, pero no hablas de las columnas. Me gusta que a la gente le gusten mis edificios porque se sientan impresionados, pero no porque sean extraños o extravagantes, sino porque has hecho algo con sentido. No creo que haya que explicar mucho, no construyes para otros ­arquitectos.
Ha definido el Neues Museum de Berlín como una bella ruina. ¿Sintió vértigo al trabajar con tanto pasado?
Sí, claro. Trabajamos con la historia alemana. No es sólo un edificio, su significado trasciende a su manufactura, y el modo en que decidimos trabajar en él debía tener en cuenta que estábamos en el centro histórico y emocional de Alemania. Durante el proceso no perdíamos de vista que pisábamos terreno peligroso y que no debíamos ponernos por encima del edificio. Cuando acabamos, la reacción de aprobación trascendió la arquitectura, fue incluso una reacción abrumadora.
¿Era la única manera de abordar el proyecto?
Dijimos a los promotores que no había otra manera de hacerlo, aunque claro que las hay, hay cientos de maneras. Pero nosotros decidimos llevar el proyecto a una dimensión emocional. Había un riesgo, pero, en mi opinión, la responsabilidad de un arquitecto es encontrar el proyecto correcto para el lugar concreto.
Usted es arquitecto, pero también diseña productos como sillas o vajillas. ¿Se siente cómodo en el pequeño formato?
Sólo diseño productos cuando tengo una idea. No soy un diseñador profesional, soy un diseñador de fin de semana, ¡ja ja ja! Si me siento feliz, lo hago, y si no, no.
¿Qué le sugiere la palabra sostenibilidad?
En Londres tenemos grandes áreas construidas en los siglos XVIII y XIX. Estas casas han sido usadas y reusadas. Yo las adoro: son bellas, tienen una distribución inteligente, las fachadas son bellas y eso las hace sostenibles. El buen diseño es sostenible. No creo que la sostenibilidad tenga que ver con las placas solares y esas cosas. Creo que los edificios tienen que ser responsables en temas energéticos, pero el problema es que hay demasiada tecnología instalada en los lugares donde vivimos. Es tecnología que hace lo que deberían hacer los edificios. Hay que volver a mirar atrás, a los edificios pasivos.
El Mies van der Rohe ha elegido dos proyectos basados en la rehabilitación, el suyo y una casa en Girona de dos jóvenes arquitectos, Ramon Bosch y Bet Capdeferro. ¿Son tiempos de reconstruir más que de construir?
Sí, tal vez, pero a lo mejor si hubiera levantado un edificio nuevo también hubiera recibido el premio, quién sabe… Ganar premios es importante si corres los 100 metros, pero la arquitectura no es una competición. Aun así, tengo que reconocer que me siento muy feliz. Lo fundamental de este premio es que el jurado está formado por gente muy profesional, que estudia y discute muy bien cada proyecto. Hay muchos premios que son más accidentales, con jurados formados por arquitectos, estrellas de la televisión... y las deliberaciones no son precisamente intelectuales.
Usted ha dicho que está más interesado en las cosas normales que en las extraordinarias. ¿Sigue pensando así?
En la sociedad, ya no sabemos qué es normal. Vivimos en un mundo extraño en el que la definición de normalidad es complicada. Ya no somos personas del siglo XVIII viviendo en granjas. Por eso, decidir qué es normal en nuestro mundo ya no es tan fácil. Estoy interesado en las cosas que tenemos en común, que nos unen, más que en las que nos separan. Creo que somos animales de tendencia conservadora por naturaleza y, cuanto más extraño se vuelve nuestro mundo, la idea de continuidad es más importante. Se trata de encontrar formas físicas de manejarnos en este mundo loco.
¿Y qué papel tiene la arquitectura?
Puede ayudarnos como una mediación entre nuestra posición individual y nuestra relación con la colectividad. Es una forma de protegernos, de ayudarnos, de posicionarnos en relación con toda esta dinámica, y es algo importante porque si no viviríamos en un mundo de nuevas experiencias donde nunca sabríamos dónde estamos. Cada día hay más opciones y más confusas, y por eso nosotros gravitamos más y más hacia la simplicidad, se trate de espacios, comida, sentarse en un parque, leer un libro… Creo que pese a todos los cambios que estamos viviendo, el ser humano no cambia tanto, no somos tan distintos ahora de hace 50 años, nadie ha cambiado las cosas esenciales, el comportamiento humano y su continuidad, y por tanto, no creo que sea del todo correcto pensar en la arquitectura como algo que tenga que estar en un plano distinto en el que se actúe de forma distinta.
Fuente:http://www.lavanguardia.com

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