viernes, 20 de enero de 2012

Jean Nouvel

Hedonista confeso, a Jean Nouvel (Fumer, Francia, 1945) le gusta la buena mesa, el buen vino tinto y conversar con los amigos. Prefiere incubar sus ideas fuera del despacho: ya sea remoloneando en la cama por las mañanas y alargando la jornada hasta bien entrada la noche o, mejor aún, durante los veranos en el sur de Francia, en su casa de Saint Paul de Vence, cerca de Niza, donde se reúne con sus colaboradores entre partida y partida de petanca. A sus 66 años, está más interesado que nunca en lo que llama “la poética de la situación” y adora jugar con las formas, la luz y los reflejos, para que sus edificios atrapen el entorno que les envuelve.
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Hace tres años recibió el premio Prizker, pero ya era célebre mucho antes por el Instituto del Mundo Árabe y la Fundación Cartier (ambos en París), que le convirtieron en el emblema de la nueva modernidad francesa. En España es autor de la icónica torre Agbar (Barcelona) y la ampliación del Museo Reina Sofía (Madrid). Entre sus últimas creaciones, destacan el Museo Quay Branly, a los pies de la torre Eiffel, y tiene una decena de proyectos en marcha en todo el mundo, entre ellos la franquicia del Louvre en Abu Dabi, el Museo Nacional de Qatar, la ampliación del MoMA de Nueva York y, en España, un complejo de apartamentos en Ibiza y el hotel Catalonia Fira (l’Hospitalet de Llobregat).
¿Qué mueve a Jean Nouvel? ¿Cuál es su pasión?
La vida (ríe a carcajadas). Soy un enamorado de la vida, un hedonista. Creo que hay que dar placer y recibirlo, a ser posible. El motor de todo movimiento, para mí, es la arquitectura, que forma parte de la vida, de cada momento, de cada mes, de cada año, es un testimonio de la vida que pasa y que desaparece. Es energía vital.
Energía que le gusta recargar en Niza...

Tengo una casa alquilada en Saint Paul de Vence. En el trabajo de arquitecto siempre tienes cosas por hacer, y no puedo tomarme realmente vacaciones. Aquí tengo un aeropuerto al lado que es el segundo de Francia y conecta con Oriente Medio, con Estados Unidos, con cualquier país de Europa. Prefiero estar aquí que en París, y mis colaboradores también, claro, hay puente aéreo.

¿Le gusta la playa?
No voy nunca a la playa, sólo cuando mis amigos que tienen barco organizan alguna salida, aquí se está tan bien que no hace falta moverse.
Usted ya era una celebridad antes de ganar el Pritzker, pero ¿que ha cambiado en su vida en estos tres años?
No ha cambiado nada realmente. Tengo otros galardones, como la medalla de oro del RIBA (Royal Institute of British Architects) o el Praemium Imperiale. Fueron, sobre todo, los edificios que hice antes los que hicieron que me dieran el Pritzker. No he notado un verdadero cambio, pero estar en este club me parece muy bien. Es realmente muy agradable.
Dicen que el Pritzker es como el Nobel de arquitectura…
Es cierto que el Pritzker es lo que más se acerca al Nobel de Arquitectura y tiene reconocimiento internacional, pero hay que destacar que la medalla de oro del RIBA es más antigua, y todos los arquitectos del planeta desde mediados del siglo XIX la desean. Hay tres o cuatro premios que podrían ser el equivalente al Nobel [y él tiene unos cuantos, además de ser oficial de la Legión de Honor francesa].
Brad Pitt llamó a su hija Shiloh Nouvel Jolie-Pitt porque dice que lo admira mucho. ¿Qué le parece?

Conocí a Brad Pitt a través de mi amigo Frank Gehry. Tuvimos un proyecto conjunto en Los Ángeles hace siete u ocho años. Para mí fue una sorpresa que bautizase así a su hija, y sigue siendo un misterio.

Usted no se repite en sus trabajos, y sus edificios son muy diferentes entre sí. ¿Qué es el estilo, en su opinión?
Es la permanencia de una actitud, evidentemente una actitud intelectual, de una línea de pensamiento. No se trata en absoluto de repetir lo que ha ocurrido en el siglo XX, en el que ha habido una reducción del lenguaje formal que se repite en cualquier lugar. Eso no es estilo, es una suerte de caricatura.
¿Y cuál es esta línea de pensamiento suya?
Pienso que es necesario, en cada situación, responder de modo individual a las cuestiones concretas que se plantean. Por eso llamo caricaturas a las respuestas que se repiten. Yo siempre busco las particularidades, qué tiene de especial cada ciudad, cada lugar, y así encuentro el camino de cómo debo construir. Investigo la cultura, el patrimonio histórico, siempre a la búsqueda de lo que es único. Siempre hay que pensar en un lugar concreto en un momento concreto. Qué puede surgir de allí. Es todo lo contrario del fenómeno que empezó en los años 90 y dura hasta hoy, con todos esos edificios que son como paracaídas, que son los mismos en todo el planeta, que no tienen raíces, y no sabes por qué están allí ni de quién son. Es un fenómeno que puede acabar con toda la variedad cultural, con el paisaje local. Yo estoy en el lado opuesto. No es que haya que ir a la búsqueda de la hiperespecificidad, sino a la esencia de la identidad. Hay que acentuar la identificación de cada lugar.
En el 2005, usted escribió el Manifiesto de Luisiana, donde hablaba de la arquitectura como un don.
Por eso rechazo la arquitectura clon, que responde a la moda económica del momento y no tiene en cuenta a quién va dirigida ni lo que tiene alrededor.
Está en contra de la arquitectura que no tiene en cuenta el contexto, pero en la isla blanca de Ibiza está construyendo un llamativo edificio multicolor. ¿Le gusta provocar?
No es un edificio que se pueda hacer en cualquier parte. Estos apartamentos son para pasar las vacaciones y traducen el espíritu de la isla. Su forma serpenteante es un teatro abierto sobre la ciudadela. Es una concepción totalmente hedonista, onírica y joven de lo que es la vida en Ibiza durante las vacaciones. No hubiera hecho unos apartamentos así en una ciudad de negocios.
En Ibiza llenará los balcones de plantas multicolores, y en el hotel Catalonia de l’Hospitalet (Barcelona) habrá un atrio que será un jardín. ¿Le gusta que la naturaleza trabaje para usted?
Todo tiene que ver con la geografía, con el paisaje. Estos edificios, que construimos en colaboración con Ribas & Ribas, no podrían estar en París o Nueva York. Representan el placer de vivir en el exterior tanto como en el interior. Son mediterráneos. Habrá buganvillas en Ibiza y palmeras en Barcelona, que no necesitan grandes cuidados y aman el sol. Son signos de apropiación de cierta actitud vital en estas latitudes.
¿De dónde le viene el gusto por jugar con las luces y los reflejos?

Quiero que los edificios que diseño atrapen la luz y el entorno. Es un ejercicio sobre la conciencia de existir en un momento determinado.

Fuente:http://magazine.lavanguardia.com

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