lunes, 9 de enero de 2012

La belleza de la arquitectura

Hace unos 20 años, tanto Luis Fernández Galiano como yo dábamos la tabarra a Joaquín Estefanía, entonces director de este periódico, para que abriera una página semanal dedicada a la arquitectura. Nunca lo conseguimos con nuestras razones pesadísimas, pero lo hizo un taxista mientras canturreaba. Iba Estefanía en el taxi por la Castellana a principios de los noventa y al taxista se le ocurrió comentar cuántos edificios nuevos y vistosos se estaban haciendo entonces en Madrid.
Como efecto de la excepcional autoridad que posee un taxista, Joaquín Estefanía claudicó. Es decir, cayó en la cuenta de que a la gente, al lector, podría interesarle ese asunto que, hasta el momento, apenas había sido tratado por los diarios españoles y nunca, en el mundo, se le prestaba tanto espacio como aquella página completa que le concedió. Una semana escribía el catedrático Fernández Galiano y la siguiente yo, que me limitaba a entrevistar a profesionales tan diversos como Richard Meier, Peter Eisenman, Frank Gehry, Rafael Moneo, Alejandro de la Sota, Philip Johnson, Robert Venturi, Sáenz de Oiza, Vázquez Consuegra, Gerardo Ayala, Richard Rogers, Renzo Piano, Norman Foster, Jean Nouvel o Patxi Mangado.
Lógicamente los arquitectos se sintieron halagados pero, a casi todo el mundo, algo se le regaló. La oportunidad de gozar una ciudad no se halla tan solo en la mirada horizontal sino en aquella que la recorre verticalmente desde los pies a la cabeza y de la cabeza a los pies.
Ahora se ha hecho más corriente que los Colegios de Arquitectos o amigos de determinados museos organicen itinerarios y excursiones para seguir la obra de alguna figura emblemática y hasta India fui en un viaje, no ausente de duras penalidades, siguiendo los pasos de Le Corbusier. Otros muchos, no arquitectos también, han hecho turismo norteamericano tras las huellas de Louis Kahn o de Frank Lloyd Wright.
Lo característico de estas tournées es que raramente decepcionan porque no se trata, escuetamente, de plantarse ante la maravilla del monumento y extasiarse sino de comprender cómo ese profesional trató de aportar una mejor forma de sentir y habitar. Aprender de esa tarea, atender a la función y la estética de formas y materiales proporciona una experiencia que cruza del arte a la albañilería y del amor genérico a la textura del hormigón.
Gracias a la revista Arquitectura Viva y a su director, Fernández Galiano, reciente académico de Bellas Artes, España posee una de las mejores y más bellas publicaciones del mundo en esta materia y también a uno de los mejores divulgadores de un quehacer que ya debería hallarse en los programas de Bachillerato porque, por encima de muchas artes, no brinda un disfrute único sino un montón.
Más aún, su disfrute procedente tanto de la acción del sujeto como de la potencia que el objeto presta con su servicial acción. Los edificios, en fin, no son como los cuadros o los vídeos caseros que se exponen para hacerse ver. El arte de la construcción, casero o no, nos visita antes de que pongamos un pie en su portal. Son habitantes de la misma ciudad pero con la doble condición de que pretenden además habitarnos.
No importa de lo que se trate, si de unas viviendas, unas oficinas o un teatro, siempre añaden una porción existencial. Hay algunos, efectivamente, que con esa intención acaban matándonos, pero otros serán capaces de santificarnos. De hecho, tal como hacía Brunelleschi con sus templos o hacen los grandes arquitectos en general el milagro consiste en crear lugar allí donde solo vagaba un vacío y respiración allá donde apenas corría un vulgar aire a granel.
Fuente:http://www.elpais.com/

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