viernes, 6 de abril de 2012

El arquitecto responsable de traer y personalizar la vanguardia europea

HABÍAN quedado atrás la tragedia de Annual, el terror de Abdelkrim y el desembarco en Alhucemas, el primero aeronaval conocido de la Historia. La ciudad autónoma de Ceuta, independizada ya de la provincia de Cádiz, comenzaba a configurarse como el impresionante bastión militar que es hoy. Allí llegó destinado Mariano Olivares Canales acompañado por su mujer Carmen James, de origen belga, y su hijo José María, nacido también en África en 1929. Aquel oficial de carrera, testigo de todos los desastres africanistas de principios del XX, hablaba inglés, se mantenía al margen de la política, coincidió, entre otros, con el general Franco y fue amigo de Muñoz Grandes. Liberal, culto y de principios constitucionales inalterables, mantuvo su juramento a la II República y fue depurado. Se refugió en Córdoba al amparo de su suegro, establecido aquí en el 41 tras su jubilación como Presidente de la Audiencia Provincial de Pamplona. En Ceuta había nacido su hijo, Gerardo, un 8 de julio de 1930, y en el nuevo domicilio vendría María del Carmen en febrero de 1942, mientras el padre abordaba una nueva vida como profesor de Matemáticas. A Gerardo Olivares James lo matricularon en La Salle y en 5º de Bachiller prefirió el Instituto Góngora, en donde coincidió con Diego Palacios, Rafael Álvarez Ortega o Rogelio Luque Sarasola, al que le uniría, desde los 16 años, una sincera amistad sustentada en parte por el amor a la Literatura que profesoras como Elena Revuelta avivaban. Las lecturas en el rincón de la Librería Luque y los clásicos como Garcilaso, que compraba por 17 pesetas, fueron el principio de una biblioteca que terminó congregando los fondos de toda la familia, desde las novelas rosa de sus tías a la colección de Blanco y Negro anteriores al 36, pasando por una serie de obras de arquitectura, desde 1538, adquiridas en sus incontables viajes, y el disco de pizarra de la Novena Sinfonía que le regaló su padre de niño.
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Aquel Gerardo Olivares del Instituto Provincial, destacaba ya por sus dotes innatas para el dibujo, las matemáticas y el balonmano; formaba parte del equipo local y, más tarde, del Atlético de Madrid, mientras observaba desde la ventana del abuelo en la avenida del Gran Capitán, el estudio de José Rebollo. En 1953 podría haber elegido las Artes o las Ciencias, pero alguien le sugirió Arquitectura, y más que la carrera le apasionó salir de Córdoba e instalarse en Madrid. Aquello todavía le parecía un pueblo grande, que paseaba desde la calle Prim, en la que vivía, a la Gran Vía o la Ciudad Universitaria, donde las jóvenes no temían, como en Córdoba, que las vieran con los muchachos. Como toda su infancia, cataloga aquellos años de felices; los viajes por España junto a Cary Grant y Frank Sinatra, tras ser aceptado junto a sus compañeros del equipo de rugby como extras; el viaje a Israel por un mes, que alargó trabajando hasta los cuatro, porque aquella España anti-semita despertó su interés por los judíos; la estancia en casa de sus dos tías, sastras de mujeres cubanas, que abrieron una tienda de modas en La Habana de Batista, e incluso el curso que pasó en una pensión hasta que ellas volvieron cuando la "revolución de los barbudos" comenzaba a gestarse, fue para él un tiempo grato. Fueron en total 9 años de carrera; del 53 al 58, más dos de Ciencias Exactas, y los de Dibujo e Idiomas.
Con ese bagaje e infinitos viajes en su memoria, a pesar de su juventud, sólo podía volver a Córdoba de manera provisional en tanto llegaba febrero, fecha de incorporación a las milicias universitarias en Jerez. Mientras tanto fue a visitar a Rafael de la Hoz, al que considera "mi mentor, mi amigo, mi maestro, una persona increíble…" Y con él realizó su primera obra: un colegio para sordomudos en la calle Doña Berenguela. También, de manera provisional, vino a Córdoba en la Semana Santa del 62 Susana Asbell desde Filadelfia, después de haber estudiado Literatura Española y ballet en Nueva York, profesión esta última a la que estaba a punto de dedicarse. Apasionada de Lorca, una de las tías madrileñas de Gerardo le dieron el teléfono del arquitecto. Se quedó un día más, supieron que habían coincidido en Israel y en abril de 1963 se casaron. Pronto nacieron las mellizas Cristina y Susana, Gerardo, Alejandro, Laura e Iria Flavia, Olivares Asbell, mezcla de sangre belga y andaluza vía paterna e irlandesa, escocesa, rusa y norteamericana por su madre. Susana Asbell fue, desde el encuentro, inseparable compañera de viajes, madre y la más reputada decoradora en la Córdoba de finales del XX. Compañera también en sus silencios de escritor que cristalizan en cerca de una decena de títulos de arquitectura, política y recuerdos.
A Gerardo Olivares y Rafael de la Hoz se unió en 1966 José Chastang, y juntos o nuestro personaje a solas a partir de 1985, escribieron las más bellas páginas de Arquitectura de la Córdoba contemporánea, que hicieron extensible al resto del país, obteniendo innumerables reconocimientos y premios nacionales e internacionales. Maestro y alumno mantuvieron proyectos conjuntos hasta 1990, y dejaron en la ciudad un vastísimo catálogo de edificios emblemáticos ya protegidos. Uno de los últimos logros de Gerardo Olivares es la impecable remodelación del Rectorado o la adaptación de la Universidad Laboral a un Campus de Rabanales vanguardista, asombroso y casi desconocido. Ahora disfruta, sin dejar su estudio, de su faceta de abuelo y padre, entre otros, del cineasta que heredó su nombre, su físico y esa confluencia de genes que hace sospechar que nada surge por generación espontánea.
Fuente:http://www.eldiadecordoba.es

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