miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los pájaros y la arquitectura

“Lo mejor son las vistas, el sol que llega, los vecinos que nos llevamos bien y… escuchar a los pájaros. Nunca pensé que viviendo en un barrio obrero uno pudiera llegar a distinguir tipos de pájaros”. Habla uno de los dueños de las 84 viviendas que Eduardo Belzunce, Luis Diaz-Mauriño y Juan García Millán levantaron en el barrio de Ortutxueta, en Bilbao.
He ido hasta allí con dos amigas y un compañero fotógrafo. Me sorprende que la puerta que permite entrar en los jardines/pendiente y en las terrazas, que dan acceso a las viviendas, no tenga cerradura ni medidas de seguridad. Abrimos la cancela que se asoma al jardín y se acerca hasta las puertas y entramos a mirar.

Tres vecinos charlan al sol en esa terraza que comparten y da acceso a su casa. Nos miran, es cierto. Pero en lugar de recelar (somos más que ellos) saludan. Les pregunto si están contentos con las viviendas y el más locuaz dice lo de los pájaros. Luego señala a una vecina. “Ella es la florista. Nos tiene todo esto como una floristería”, indica señalando macetas y plantas.  Pido permiso para ver un piso por dentro. Con razón, los vecinos no siempre lo permiten. El hombre nos mira de arriba abajo y con guasa nos pregunta “si nos atrevemos a entrar en el piso de un soltero empedernido”.
Ya dentro, le pregunto cómo ha conseguido un piso de protección oficial con tres espléndidas habitaciones y 90 metros cuadrados viviendo solo. Una lotería. Allí se vive bien. Suelos de parqué y baños blancos. Cocina funcional con vistas a la terraza, a la calle, al barrio de Miribilla, cada vez más denso. No tiene banderín del Athletic, pero sí un gran libro sobre Chillida. Las ventanas no tienen rejas. Esa confianza se respira en la urbanización de estos 84 pisos en los que uno se siente más como en una vivienda que como en un apartamento. La cancela de acceso, esa que no tiene medidas de seguridad, hace un pequeño quiebro y convierte el zócalo en banco para quien tenga que sentarse a esperar o para quien le guste contemplar lo que pasa por la calle. Las viviendas, de hormigón, tienen fachadas verde oscuro, pero las dos últimas, al acercarse al monte, cogen el tono rojizo de los ladrillos de sus vecinos, como si saludaran al lugar, a la historia, a un cierto orden. A una jerarquía incluso. Lo importante es llevarse bien, y esos gestos en las casas lo dejan claro.
Los arquitectos ganaron el primer concurso de un Europan. “Desde el primer momento nos interesó el carácter fronterizo del lugar, y el proyecto exploraba su condición mestiza y ambigua”, dicen. “El barrio existente, muy denso, necesitaba un esponjamiento, por lo que se preservaron para uso público dos grandes espacios abiertos, plazas soleadas y con vistas lejanas, y las superficies libres entre las torres se configuraron a modo de miradores urbanos”. Esos miradores de las torres vecinas del plan inicial están ahora cerrados y son inaccesibles. Por lo tanto, se han convertido en barrera, en muralla para las edificaciones anteriores del barrio. Sin embargo, el proyecto de los seis edificios, que, como riachuelos, se desparraman por la pendiente sin subordinarse a alineaciones paralelas pero controlados por una geometría racional, habla de otra manera de vivir: cerca del jaleo, pero aislado; protegido sin estar bunquerizado; compartiendo en lugar de compartimentando. Con tiempo y oído para escuchar a los pájaros, como decía ese vecino, “el soltero empedernido”.
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Fuente:http://blogs.elpais.com/

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