El mejor diseño y arquitectura de 2010 destaca por alejarse del exhibicionismo
Para comprender lo que sucede en el diseño hay que fijarse en los perfumes. Los hermanos Bouroullec lo cuentan así: "Antes las mujeres llegaban a un lugar perfumadas para anunciar su presencia. Querían que todos se giraran para admirarlas. Ahora esos perfumes cargados ya no se venden. Las mujeres ya no necesitan que todos se giren. Se han vuelto más selectivas. Algo parecido le está sucediendo al diseño". 2010 no ha sido un año de fragancias empalagosas. Más bien, en estos meses se ha querido llevar más verdad que perfume al diseño. Eso ha implicado una cierta desnudez del colectivo de empresarios y diseñadores frente al exhibicionismo provocador de los años anteriores.
En las ferias se ha mostrado menos: menos matices innecesarios, pero también menos sorprendentes ingenios. Se han seguido presentando sillas, pero se ha tirado mucho de fondo de armario: como la moda, el diseño empieza a tener pasado al que ir a pescar.
En arquitectura el espectáculo ha quedado relegado a los pabellones notables de Heatherwick y EMBT en la Expo de Shanghái. Por lo demás, ha triunfado el grado cero. El de máxima austeridad. El de la mayor exigencia. Sea por la crisis o por el hartazgo, se han terminado los afeites. El Pritzker de este año ha vuelto a sembrar esperanza. Tras el pasado concedido a Peter Zumthor, la japonesa Kazuyo Sejima lo ha conseguido arrastrando a su socio Ryue Nishizawa. Y al contrario que otros galardonados -como Robert Venturi, que olvidó a su socia, coautora y esposa (Denisse Scott-Brown) a la hora de recoger el galardón-, los dos arquitectos de Sanaa lo recibieron como iguales. Aunque solo haya pasado una década desde que Sejima ascendió a Nishizawa.
Otra pareja de arquitectos, la de los suizos Herzog y De Meuron, ha acertado en la construcción del VitraHaus, un icono cosmopolita respetuoso con las montañas y con las viviendas del pueblo alemán Weil am Rhein. Pero, en esa búsqueda de verdad sin renunciar al riesgo que apunta hacia un optimismo mayor que el de la supervivencia, tal vez el edificio del año haya sido el Hepworth Center, de David Chipperfield. Se trata de un emblema que se lee como uno y muchos, único y desgranado para la obra de Barbara Hepworth y otras colecciones del Ayuntamiento de Wakefield, en Reino Unido. Chipperfield lo concluyó y entregó este año, pero se inaugurará en mayo del que viene.
También la arquitectura española ha demostrado que sabe sacar petróleo de los ajustes presupuestarios. En Zafra (Badajoz), Enrique Krahe levantó un espléndido teatro exprimiendo generosamente talento, recursos y dedicación. Y en Ripoll (Girona) el estudio RCR cruzó el río Ter con un puente-escenario desde el que se puede observar cómo los patos nadan bajo los pies del que lo cruza, a través de las lamas de acero cortén.
Este año también se ha podido disfrutar de la verdad que algunos son capaces de extraer de los presupuestos más justos. Los pisos de protección oficial que Coll y Leclerc inauguraron en Pardinyes (Lleida) fueron diseñados sin jerarquías espaciales, sin pensar en la imagen mediática, y poniéndose en la piel de quienes deben vivir en ellos. Diseñar de puertas para adentro, tanto o más que de puertas para afuera, marca una diferencia en mucha de la vivienda social de la última década.
Entre quienes tratan de dar nueva vida a las bombillas fluorescentes, la lámpara Siluet de Ramón Benedito, ilumina una vía. También las propuestas de Curro Claret, señalando cómo el diseño, tanto como los psicólogos, puede mejorar la vida de la gente, llevan hasta los museos piezas contrapuestas al design art que ocupó las galerías en temporadas pasadas. Durante la feria del mueble de Valencia, la muestra Zoco hizo un hueco a los proyectos londinenses de Óscar Díez -el bolso fabricado con cintas Glueline-, ilustró el salto del colectivo Nadadora -con los asientos Chat que produce Sancal- y demostró que de las alternativas se benefician todos: la feria, los visitantes y los buenos diseñadores jóvenes sin presupuesto para exponer en el Nude del recinto oficial. En la esfera internacional, Antonio Citterio dejó claro con la serie de sofás Suita (Vitra) que no todo está inventado en el mundo de los asientos -jugando con mesas de trabajo en el respaldo y con diversas alturas y anchos- y el alemán Stephan Díez aclaró que él trabaja el milímetro para demostrar que su idea del diseño está más cerca de ajustar un asiento que de ocupar la portada de una revista.
Fuente: http://www.elpais.com
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