Una reflexión crítica acerca el monumental proyecto de la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela supone integrar dos puntos de partida divergentes: por un lado, la desaforada carrera emprendida por muchas ciudades españolas para proveerse de edificios emblemáticos firmados por arquitectos de renombre en la estela del «efecto Bilbao»; y, por otro, cómo este proyecto supuso la oportunidad clave para materializar un manifiesto conceptual de uno de los mayores y consistentes teóricos de la arquitectura de finales del siglo XX, Peter Eisenman.
La dilatada prolongación de su proceso de construcción podría hacer olvidar que este colosal complejo de edificios, que aspiraban a crear una nueva topografía artificial para el Monte Gaiás, se gestó sobre los fastos de la inauguración del Museo Guggenheim y que fue uno de los que encabezaron una larga lista de edificios que pusieron a España en la vitrina de la arquitectura global hace unos años.
El proyecto de Eisenman nació asumiendo que la dimensión de la Ciudad de la Cultura como símbolo estaba absolutamente por encima de la funcionalidad de los edificios. Una visión que compartía plenamente con Manuel Fraga, para quien —en palabras del arquitecto— este proyecto habría de ser el símbolo de su transición ideológica política. Para él mismo, acostumbrado a atender a clientes que acuden a pedirle un «eisenman», éste constituye sin duda un particular desafío: el encargo más complejo y extraordinario de toda su carrera y en el que ver plenamente corroborado su paso a la posteridad.
Muchas cosas han cambiado desde 1999, el año en que fue convocado el concurso de ideas en el que el proyecto de Eisenman fue escogido ganador. En una conversación el pasado año en la Ciudad de la Cultura, Eisenman me decía sentirse «fuera del tiempo». Tal vez sea posible pensar que él sea también consciente de que la Ciudad de la Cultura puede verse hoy como la expresión —aún inconclusa— del concepto de arquitectura de un periodo al que la crisis económica ha venido a dar la estocada final (un concepto que, por sí mismo, indujo una profunda crisis para el pensamiento de la arquitectura y el significado del edificio).
Asimismo, los principios teóricos relacionados con los cambios de paradigma para la interpretación de la naturaleza introducidos por las geometrías topológicas o fractales y los necesarios cambios en las formas de pensar, leer y escribir la arquitectura de los que partía para este proyecto han ido paulatinamente perdiendo fuerza. La causa ha sido la vulgarización y creciente inconsistencia de la tendencia formalista configurada por la producción de una más joven generación de arquitectos, carentes de un sólido bagaje intelectual a la manera de Eisenman, pero dotados con una superior capacidad para el manejo de las herramientas digitales que les permiten producir imágenes de elevada complejidad formal; pero es preciso tener presente también la evidente dificultad con la que Eisenman se ha topado a la hora de construir su idea.
No obstante, Eisenman continúa argumentando que la fuerza conceptual del proyecto es la que le otorga su entidad y coherencia más allá de su desfase con el contexto arquitectónico actual y las propias circunstancias inciertas que rodean la culminación de la Ciudad de la Cultura. Están el mayor y el menor acierto en su concreción, la ambición faraónica con la que se concibió, el disparado presupuesto, pero frente a ello persiste la gravitasintelectual de Peter Eisenman y el que la Ciudad de la Cultura inspire y pueda perdurar, reconocida como catarsis de su tiempo.
Fuente: http://www.abc.es
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