El antiguo Galerías Preciados de Callao, una obra racionalista de Gutiérrez Soto
El cuadro muestra algo que existe y algo que no. El edificio retratado es ambas cosas. Es la FNAC y fue Galerías Preciados. Estuvo en una plaza de Callao que sigue siéndolo, pero distinta (con menos coches, pero más cosas). El señor que compra entradas en el cine -que, por cierto, es del mismo arquitecto, Luis Gutiérrez Soto- lo hizo. Un día de mayo de 1955. Ponían El misterio de una desconocida, un thriller sobre los bajos fondos con Alan Ladd de protagonista.
Damián Flores es el autor del cuadro. Imaginó la luz anaranjada "como después de una tormenta" y a los dos tipos que hablan junto al semáforo, pero el resto lo sacó de una foto tomada en los cincuenta. A Flores, especializado en pintar edificios y con debilidad por el racionalismo, le habían encargado una serie sobre la Gran Vía para cerrar el centenario: "Más que un listado de edificios, quería pintar la vida cotidiana y entonces recordé las fotos de Cas Oorthyus, un holandés que aterrizó en Madrid en 1955 e hizo muchas instantáneas de la calle y su gente".
En la foto original del holandés Galerías Preciados tiene a la izquierda el Hotel Florida de Antonio Palacios (derruido) y a la derecha el cartel pintado del cine Callao. Alan Ladd despeinado bajo la O del neón, un neón distinto al que existe ahora. "Tantos elementos le quitaban protagonismo al edificio de Gutiérrez Soto, que me gusta por su sobriedad racionalista... en mi obra la realidad está, pero es un collage pictórico", dice Flores, que desde pequeño jugaba con un Exin Castillos. No se considera un arquitecto frustrado. "¡Al contrario! Yo hago edificios sin tener que preocuparme por dónde colocar el ascensor o cuánto me va a costar la obra".
Quien sí se preocupó de estos menesteres fue José Medina Rivaud que en los años noventa se encargó de convertir Galerías en la FNAC. "Llevaba unos años cerrado, era fantasmagórico, tenía una capa de polvo imponente, como un castillo vacío y oscuro". Cuenta que "la única condición de Galerías Preciados era que no lo comprase el Corte Inglés", aunque un par de años después el eterno rival absorbió la compañía. Fue el final de una guerra entre dos gigantes creados por dos primos que hicieron fortuna en Cuba y volvieron a España para inventar las rebajas y el día de San Valentín.
El Galerías de Callao, primer gran almacén de la cadena, se construyó en varias fases sobre un solar alargadísimo, "un pasillo de 90 por 14 metros", según Medina Rivaud, que se encontró dos estructuras distintas. "Una de hormigón que estaba a punto de desplomarse y una de acero que provenía de un puente turco de la Segunda Guerra Mundial y se estaba deshaciendo". Solución: demoler todo salvo la fachada. Al vaciar el edificio se cambiaron las entradas, los pisos, la distribución de los ascensores... "Fue un obrón, pero cuando acabamos la gente decía que estaba igual que antes; una buena señal, ya que tratamos de ser respetuosos con la obra original". Según el arquitecto, Gutiérrez Soto tenía "esta paternidad un poco oculta". Su discreción funcionó porque, a pesar de su ubicación, es una de sus obras menos conocidas. "No estaba demasiado orgulloso de este edificio, ya que tenía una serie de contradicciones marcadas por la época en la que fue construido: por ejemplo, la fachada cortina, en vez de ser en cristal y metal es de granito y ladrillo".
Gutiérrez Soto fue un arquitecto ecléctico. Antes de la guerra levantó hitos del modernismo como el Cine Callao y joyas del racionalismo como el Barceló o el bar Chicote. Pero en la posguerra su estilo se vinculó a la arquitectura nacionalista, véase el neoherreriano Ministerio del Aire, y la modernidad quedó tan solo como una intención en edificios como este de Callao. "La FNAC se puede considerar un pequeño pecado de un arquitecto muy prolífico", opina Medina Rivaud.
La reforma de los noventa remató el edificio con un faro de vidrio que se ilumina pero nunca llegó a encenderse. De él colgó un King Kong, "una cosa horripilante que hubo que retirar", según Medina Rivaud. Recién acabada, la reforma apareció en la película de Almodovar La flor de mi secreto, cubierta, eso sí, por una banderola publicitaria del libro de la protagonista.
"Yo me sigo quedando con cómo era en los cincuenta", dice el pintor Damián Flores, cuyo homenaje a la Gran Vía se puede contemplar en la Galería Estampa (Justiniano, 6, hasta el 29 de enero). También le gusta más cómo era entonces la centenaria calle, "aunque a pesar de los políticos, los diseños horrorosos, las plazas duras y las tiendas todas iguales, sigue siendo un gran escenario".
Fuente: http://www.elpais.com
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