José Benito Díaz Prieto no se siente profeta en su lugar de procedencia, pese a que su nombre está ligado ya a todos los proyectos arquitectónicos públicos que se han acometido en Siero en los últimos treinta años. Como arquitecto municipal, ha concebido desde el mercado de ganados hasta el nuevo auditorio de la villa, además de una larga lista de actuaciones en espacios y edificios del concejo. La necesidad hizo que la figura del arquitecto municipal recuperara así el papel que tuvo en los tiempos en los que llegaban a marcar época en el desarrollo de la ciudades.
Ante la controversia sobre las intervenciones en el casco antiguo de Oviedo, quien hace veinte años ejecutó uno de los edificios quizá más arriesgados, el que mira a la Catedral, recomienda «humildad, no se puede ir de rompedor».
-Usted, que es el guardián de la ordenanza, no sé si comparte las quejas de muchos de sus compañeros contra las limitaciones que la normativa supone a la hora de hacer arquitectura.
-La edificación no estuvo sujeta a leyes hasta el siglo XIX. Antes nunca hubo ordenanza estricta y ciertas zonas rurales de Asturias nos muestran cómo la edificación fue ocupando espacios residuales, bien abrigados, que respetaban los terrenos de cultivo porque eran la base de la subsistencia. Son núcleos que se fueron configurando sin sujeción a ninguna norma, porque ni eso ni casi nada de lo bueno que hay en el mundo está sujeto a normas. La norma consiste en imitar lo bueno. El movimiento moderno en los años veinte y treinta del siglo pasado consiguió romper con lo anterior. Le Corbusier, la Bauhaus, Mies van de Rohe crearon un tipo de arquitectura que todavía domina hoy, y estamos haciendo lo mismo que ellos. En las escuelas de arquitectura enseñan a hacer cajinas de cartón con cubiertas planas. Es algo muy racional, muy funcional, pero que está fuera de la norma tradicional del territorio nuestro. Antes la gente construía bien sujetándose sólo a las condiciones, buscando la orientación adecuada y con los materiales más cercanos.
-Con la ordenanza en la mano, las cajas con cubiertas planas no tienen cabida.
-Es cierto que la ordenanza coarta la libertad, pero en nuestra profesión, como en todas, hay un diez por ciento de gente vocacional, otro diez por ciento de profesionales, que no tienen ese tirón vocacional, pero realizan su trabajo de una manera correcta, y el ochenta por ciento restante son ganapanes. Con la cantidad de titulados que hay es imposible que todos sean buenos. Quizás antes operaba una cierta selección natural, aunque es cierto que sólo estudiaban los ricos, pero si todos los arquitectos fueran competentes no haría falta normativa, que sólo sirve para frenar los excesos. Los planes generales antes los hacían ingenieros, ordenamientos que tendían siempre a la cuadrícula. Con el tiempo, las profesiones van interrelacionándose, y ahora el urbanismo tiende a confundirse con el derecho urbanístico, algo que no tiene nada que ver, y se tiende a normativizar, y los tochos que acompañan a los planes cada vez son más gordos, y en ocasiones con imposiciones absurdas como el que aquí obliguemos a instalar placas solares cuando aquí no funcionan, eso es tirar el dinero.
-Usted ha realizado los grandes proyectos de Siero de las últimas décadas, hay ya una impronta personal que pocos colegas suyos pueden mostrar y, a la vez, recupera el papel que en otro tiempo tuvieron los arquitectos municipales.
-No había dinero para contratar proyectos fuera. Que yo asuma esas obras en lugar de sacarlas a concurso es algo por lo que me critican los compañeros de profesión. La Pola tuvo un desarrollismo brutal. Soy arquitecto municipal desde los años ochenta, cuando había 26.000 habitantes, y ahora son 52.000. Había que sacar adelante las obras y podías encontrarte con que tenías que hacer un mercado de ganados. Antes del que terminó por ejecutarse hice seis proyectos. Al final es un arco de madera que funciona muy bien. Es un contenedor vacío, sin columnas, al que puede dársele el uso que se quiera. En aquella etapa el Ayuntamiento tenía que atender muchas demandas y no había dinero para contratar los proyectos fuera de la casa. Luego la Corporación coge la costumbre de que tú asumas ese cometido y, lógicamente, no quieren sacar los proyectos. La vocación de los arquitectos municipales no es la de convertirse en funcionarios, sino ser arquitectos dentro de la Administración. Tienes que tener ganas de trabajar y gusto por lo que haces. De lo contrario resuelves problemas, pero no haces ciudad. Cuando se ganaba mucho dinero nadie quería ser arquitecto municipal.
-Para la profesión el momento no puede ser peor...
-Los arquitectos hemos dejado de reivindicarnos a nosotros mismos. En cualquier escuela se obtiene un título por cuatro pesetas, los aparejadores hacen cursos los fines de semana en Madrid de los que salen convertidos en arquitectos. Antes las cosas costaban esfuerzo, ahora sólo cuestan dinero. La «titulitis» acaba con las profesiones. En Asturias somos 1.000 arquitectos para un millón de habitantes. De todos ellos, hay 40 o 50 buenos, y de ellos, 20 o 25 excelentes, muy desaprovechados. Los ayuntamientos importantes tenían que incorporar arquitectos en buenas oficinas técnicas.
-... Pero la caída de actividad es brutal, acostumbrados a un ritmo de proyectos intenso y continuo.
-En los tiempos de la burbuja parecía que estábamos forzados a tener más de una vivienda, hubo inversiones tontas y nos obligó a construir lo que no necesitábamos. Hay viviendas para veinte años como mínimo. Hubo muchos excesos, revisiones aceleradas de los planes de ordenación urbana, los convenios famosos. El convenio es una buena figura, pero cuando todo se quiere resolver en función del beneficio económico todo sale mal. El exceso de normativa es absurdo, pero el problema reside en quién tiene el criterio para determinar lo que se puede o no hacer y quién tiene la confianza del poder político.
-Usted vivió muy de cerca un gran período del desarrollo de Siero.
-Hasta que en 1988 hizo Fernández Rañada el Plan de Ordenación Urbana, que luego Balbín revisaría en 2002, nos regíamos por un plan elaborado en 1932 por Idelfonso Sánchez del Río, que consiguió que la Pola creciera de una forma normal y lógica, algo que no se logró en otras villas asturianas. La única disfunción fue la carretera que atravesaba la villa, que respondía al criterio de la época y cuya supresión provoca siempre protestas de ciertos sectores, aunque a la larga se demuestra que no hay efectos nocivos. Sentamos las bases para que Lugones sea hoy un lugar con más calidad de vida que muchos barrios de Oviedo. Se trazaron las autopistas, se hizo La Fresneda, una buena idea luego regularmente desarrollada. Cumplió su cometido en un momento en que en Oviedo se disparó el precio de la vivienda y es un lugar agradable para vivir, con equipamientos y espacios públicos, con los condicionantes propios un lugar de esas características. El Berrón resulta un sitio privilegiado en el mismo eje central de Asturias, a diez minutos de cualquier gran núcleo. El suelo llano facilitó el asentamiento en Siero de una importante actividad industrial y económica, esas naves-chabola para cuya actividad resulta crucial estar muy cerca del centro. El concejo ahora mismo está en flor. El planeamiento sólo tiene sentido como previsión de futuro. El resto se consigue con un plan director y una oficina técnica con el personal y los medios adecuados. Y bien pagados, para que no haya tentaciones de corrupción.
-Lo único que no parece haberse logrado es que el centro de la región funcione como esa «ciudad astur» de la que llevamos tanto tiempo hablando.
-Hacer planeamiento y dejar contento a todo el mundo es imposible. Y esto se amplifica cuando entran en danza municipios distintos que en una ordenación global unos pueden salir más favorecidos que otros. Un ejemplo. La autovía por la costa pone a Sariego muy cerca de Gijón y lo enlaza con una autovía que recorre toda la cornisa cantábrica. La zona llana de Sariego es un sitio privilegiado para poner industria si algún día surgiera una iniciativa que requiriese mucho suelo. Y debería convertirse en una reserva de suelo para estos usos, salvaguardarla ante una oportunidad, pero ahora, que alguien vaya a proponer a los de Sariego que no toquen ese suelo y que va a quedar reservado para usos futuros.
-Resulta insólito que en una ciudad con zonas intocables usted haya conseguido levantar el edificio que se encara con la catedral de Oviedo, tan contemporáneo y respetuoso a la vez.
-Ese proyecto, que consiguió el Premio Nacional de Arquitectura en Piedra, tuvo una resistencia brutal de ciertos sectores capitalinos, de Manzanares, de Avello. Sin conocer el proyecto se opusieron, parecía que preferían la ruina antes que la edificación. No querían que se hiciese nada ante la posibilidad de que allí se levantase un monstruo, y eso es lo que ocurre casi siempre. Aquello salió adelante gracias a un gran profesional como Javier Blanco y a César Fernández Cuevas, que en aquel momento era arquitecto municipal, con Antonio Masip de alcalde y Pedro Blanco de concejal de Urbanismo. En los cascos antiguos hay que entrar con muchísima humildad, no se puede ir de rompedor, de crack del diseño. En los cascos antiguos se van acumulando los residuos de todos los siglos y lo que va quedando es lo mejor de cada momento, porque lo bueno queda y lo que no tiene condiciones para mantenerse en el tiempo va cayendo. Así se convierten en un museo de la historia de la ciudad. El problema es siempre el dinero, el afán especulativo. Y en estos espacios la normativa especifica el grado de intervención, pero a veces ocurre como cuando un cirujano está operando y te encuentras con que la actuación tiene que ir más allá de lo previsto en un principio porque las condiciones del edificio no son las que esperabas.
-Hablemos de las grandes firmas que han encontrado hueco en Asturias. Primero, Niemeyer.
-Un arquitecto fabuloso, una cabeza lúcida que mantiene vivo su ideal comunista, del que lo que tenemos aquí es un boceto desarrollado por un equipo asturiano. Pero Niemeyer está haciendo réplicas de sí mismo, en los últimos 20 años no ha hecho otra cosa que copiarse. Otra cosa es la transformación que este proyecto pueda suponer para Avilés, creando un espacio nuevo en el entorno de una ría limpia y en suelo liberado de actividad industrial. Y luego está el gran montaje de imagen alrededor de ese centro. Creo que cumple su misión y no queda nada mal esa zona de Avilés.
-Calatrava.
-El palacio de congresos de Buenavista me parece un edificio magnífico, una exhibición tecnológica impresionante, pero totalmente fuera de contexto. Es como un dinosaurio dentro de la ciudad. Lo comparo con el toro de Osborne, que son monumentos catalogados y quizá en Castilla pinten algo, pero hay uno en El Berrón que de repente se te aparece en un alto como algo extraño y ajeno al paisaje. Será un gran palacio de congresos y a Oviedo le vendrá de maravilla, pero es una actuación desproporcionada. Aunque a lo mejor dijeron lo mismo cuando se levantó la Catedral frente a unas casinas de planta y piso. Lo que pasa que de aquélla no había protestas y ahora sí. Pese a la oposición que provocaron, sin embargo creo que los rascacielos, las tres agujas que proponía Calatrava para la antigua parcela del Vasco eran infinitamente mejores que todo lo de alrededor. Aquello hubiera resultado una ruina para la empresa porque o vendían a tres millones el metro o perdían dinero, pero tres agujas mínimas hubiese sido algo excepcional para la entrada de Oviedo. Al final ahí habrá un mamotreto como cualquier otro.
Ante la controversia sobre las intervenciones en el casco antiguo de Oviedo, quien hace veinte años ejecutó uno de los edificios quizá más arriesgados, el que mira a la Catedral, recomienda «humildad, no se puede ir de rompedor».
-Usted, que es el guardián de la ordenanza, no sé si comparte las quejas de muchos de sus compañeros contra las limitaciones que la normativa supone a la hora de hacer arquitectura.
-La edificación no estuvo sujeta a leyes hasta el siglo XIX. Antes nunca hubo ordenanza estricta y ciertas zonas rurales de Asturias nos muestran cómo la edificación fue ocupando espacios residuales, bien abrigados, que respetaban los terrenos de cultivo porque eran la base de la subsistencia. Son núcleos que se fueron configurando sin sujeción a ninguna norma, porque ni eso ni casi nada de lo bueno que hay en el mundo está sujeto a normas. La norma consiste en imitar lo bueno. El movimiento moderno en los años veinte y treinta del siglo pasado consiguió romper con lo anterior. Le Corbusier, la Bauhaus, Mies van de Rohe crearon un tipo de arquitectura que todavía domina hoy, y estamos haciendo lo mismo que ellos. En las escuelas de arquitectura enseñan a hacer cajinas de cartón con cubiertas planas. Es algo muy racional, muy funcional, pero que está fuera de la norma tradicional del territorio nuestro. Antes la gente construía bien sujetándose sólo a las condiciones, buscando la orientación adecuada y con los materiales más cercanos.
-Con la ordenanza en la mano, las cajas con cubiertas planas no tienen cabida.
-Es cierto que la ordenanza coarta la libertad, pero en nuestra profesión, como en todas, hay un diez por ciento de gente vocacional, otro diez por ciento de profesionales, que no tienen ese tirón vocacional, pero realizan su trabajo de una manera correcta, y el ochenta por ciento restante son ganapanes. Con la cantidad de titulados que hay es imposible que todos sean buenos. Quizás antes operaba una cierta selección natural, aunque es cierto que sólo estudiaban los ricos, pero si todos los arquitectos fueran competentes no haría falta normativa, que sólo sirve para frenar los excesos. Los planes generales antes los hacían ingenieros, ordenamientos que tendían siempre a la cuadrícula. Con el tiempo, las profesiones van interrelacionándose, y ahora el urbanismo tiende a confundirse con el derecho urbanístico, algo que no tiene nada que ver, y se tiende a normativizar, y los tochos que acompañan a los planes cada vez son más gordos, y en ocasiones con imposiciones absurdas como el que aquí obliguemos a instalar placas solares cuando aquí no funcionan, eso es tirar el dinero.
-Usted ha realizado los grandes proyectos de Siero de las últimas décadas, hay ya una impronta personal que pocos colegas suyos pueden mostrar y, a la vez, recupera el papel que en otro tiempo tuvieron los arquitectos municipales.
-No había dinero para contratar proyectos fuera. Que yo asuma esas obras en lugar de sacarlas a concurso es algo por lo que me critican los compañeros de profesión. La Pola tuvo un desarrollismo brutal. Soy arquitecto municipal desde los años ochenta, cuando había 26.000 habitantes, y ahora son 52.000. Había que sacar adelante las obras y podías encontrarte con que tenías que hacer un mercado de ganados. Antes del que terminó por ejecutarse hice seis proyectos. Al final es un arco de madera que funciona muy bien. Es un contenedor vacío, sin columnas, al que puede dársele el uso que se quiera. En aquella etapa el Ayuntamiento tenía que atender muchas demandas y no había dinero para contratar los proyectos fuera de la casa. Luego la Corporación coge la costumbre de que tú asumas ese cometido y, lógicamente, no quieren sacar los proyectos. La vocación de los arquitectos municipales no es la de convertirse en funcionarios, sino ser arquitectos dentro de la Administración. Tienes que tener ganas de trabajar y gusto por lo que haces. De lo contrario resuelves problemas, pero no haces ciudad. Cuando se ganaba mucho dinero nadie quería ser arquitecto municipal.
-Para la profesión el momento no puede ser peor...
-Los arquitectos hemos dejado de reivindicarnos a nosotros mismos. En cualquier escuela se obtiene un título por cuatro pesetas, los aparejadores hacen cursos los fines de semana en Madrid de los que salen convertidos en arquitectos. Antes las cosas costaban esfuerzo, ahora sólo cuestan dinero. La «titulitis» acaba con las profesiones. En Asturias somos 1.000 arquitectos para un millón de habitantes. De todos ellos, hay 40 o 50 buenos, y de ellos, 20 o 25 excelentes, muy desaprovechados. Los ayuntamientos importantes tenían que incorporar arquitectos en buenas oficinas técnicas.
-... Pero la caída de actividad es brutal, acostumbrados a un ritmo de proyectos intenso y continuo.
-En los tiempos de la burbuja parecía que estábamos forzados a tener más de una vivienda, hubo inversiones tontas y nos obligó a construir lo que no necesitábamos. Hay viviendas para veinte años como mínimo. Hubo muchos excesos, revisiones aceleradas de los planes de ordenación urbana, los convenios famosos. El convenio es una buena figura, pero cuando todo se quiere resolver en función del beneficio económico todo sale mal. El exceso de normativa es absurdo, pero el problema reside en quién tiene el criterio para determinar lo que se puede o no hacer y quién tiene la confianza del poder político.
-Usted vivió muy de cerca un gran período del desarrollo de Siero.
-Hasta que en 1988 hizo Fernández Rañada el Plan de Ordenación Urbana, que luego Balbín revisaría en 2002, nos regíamos por un plan elaborado en 1932 por Idelfonso Sánchez del Río, que consiguió que la Pola creciera de una forma normal y lógica, algo que no se logró en otras villas asturianas. La única disfunción fue la carretera que atravesaba la villa, que respondía al criterio de la época y cuya supresión provoca siempre protestas de ciertos sectores, aunque a la larga se demuestra que no hay efectos nocivos. Sentamos las bases para que Lugones sea hoy un lugar con más calidad de vida que muchos barrios de Oviedo. Se trazaron las autopistas, se hizo La Fresneda, una buena idea luego regularmente desarrollada. Cumplió su cometido en un momento en que en Oviedo se disparó el precio de la vivienda y es un lugar agradable para vivir, con equipamientos y espacios públicos, con los condicionantes propios un lugar de esas características. El Berrón resulta un sitio privilegiado en el mismo eje central de Asturias, a diez minutos de cualquier gran núcleo. El suelo llano facilitó el asentamiento en Siero de una importante actividad industrial y económica, esas naves-chabola para cuya actividad resulta crucial estar muy cerca del centro. El concejo ahora mismo está en flor. El planeamiento sólo tiene sentido como previsión de futuro. El resto se consigue con un plan director y una oficina técnica con el personal y los medios adecuados. Y bien pagados, para que no haya tentaciones de corrupción.
-Lo único que no parece haberse logrado es que el centro de la región funcione como esa «ciudad astur» de la que llevamos tanto tiempo hablando.
-Hacer planeamiento y dejar contento a todo el mundo es imposible. Y esto se amplifica cuando entran en danza municipios distintos que en una ordenación global unos pueden salir más favorecidos que otros. Un ejemplo. La autovía por la costa pone a Sariego muy cerca de Gijón y lo enlaza con una autovía que recorre toda la cornisa cantábrica. La zona llana de Sariego es un sitio privilegiado para poner industria si algún día surgiera una iniciativa que requiriese mucho suelo. Y debería convertirse en una reserva de suelo para estos usos, salvaguardarla ante una oportunidad, pero ahora, que alguien vaya a proponer a los de Sariego que no toquen ese suelo y que va a quedar reservado para usos futuros.
-Resulta insólito que en una ciudad con zonas intocables usted haya conseguido levantar el edificio que se encara con la catedral de Oviedo, tan contemporáneo y respetuoso a la vez.
-Ese proyecto, que consiguió el Premio Nacional de Arquitectura en Piedra, tuvo una resistencia brutal de ciertos sectores capitalinos, de Manzanares, de Avello. Sin conocer el proyecto se opusieron, parecía que preferían la ruina antes que la edificación. No querían que se hiciese nada ante la posibilidad de que allí se levantase un monstruo, y eso es lo que ocurre casi siempre. Aquello salió adelante gracias a un gran profesional como Javier Blanco y a César Fernández Cuevas, que en aquel momento era arquitecto municipal, con Antonio Masip de alcalde y Pedro Blanco de concejal de Urbanismo. En los cascos antiguos hay que entrar con muchísima humildad, no se puede ir de rompedor, de crack del diseño. En los cascos antiguos se van acumulando los residuos de todos los siglos y lo que va quedando es lo mejor de cada momento, porque lo bueno queda y lo que no tiene condiciones para mantenerse en el tiempo va cayendo. Así se convierten en un museo de la historia de la ciudad. El problema es siempre el dinero, el afán especulativo. Y en estos espacios la normativa especifica el grado de intervención, pero a veces ocurre como cuando un cirujano está operando y te encuentras con que la actuación tiene que ir más allá de lo previsto en un principio porque las condiciones del edificio no son las que esperabas.
-Hablemos de las grandes firmas que han encontrado hueco en Asturias. Primero, Niemeyer.
-Un arquitecto fabuloso, una cabeza lúcida que mantiene vivo su ideal comunista, del que lo que tenemos aquí es un boceto desarrollado por un equipo asturiano. Pero Niemeyer está haciendo réplicas de sí mismo, en los últimos 20 años no ha hecho otra cosa que copiarse. Otra cosa es la transformación que este proyecto pueda suponer para Avilés, creando un espacio nuevo en el entorno de una ría limpia y en suelo liberado de actividad industrial. Y luego está el gran montaje de imagen alrededor de ese centro. Creo que cumple su misión y no queda nada mal esa zona de Avilés.
-Calatrava.
-El palacio de congresos de Buenavista me parece un edificio magnífico, una exhibición tecnológica impresionante, pero totalmente fuera de contexto. Es como un dinosaurio dentro de la ciudad. Lo comparo con el toro de Osborne, que son monumentos catalogados y quizá en Castilla pinten algo, pero hay uno en El Berrón que de repente se te aparece en un alto como algo extraño y ajeno al paisaje. Será un gran palacio de congresos y a Oviedo le vendrá de maravilla, pero es una actuación desproporcionada. Aunque a lo mejor dijeron lo mismo cuando se levantó la Catedral frente a unas casinas de planta y piso. Lo que pasa que de aquélla no había protestas y ahora sí. Pese a la oposición que provocaron, sin embargo creo que los rascacielos, las tres agujas que proponía Calatrava para la antigua parcela del Vasco eran infinitamente mejores que todo lo de alrededor. Aquello hubiera resultado una ruina para la empresa porque o vendían a tres millones el metro o perdían dinero, pero tres agujas mínimas hubiese sido algo excepcional para la entrada de Oviedo. Al final ahí habrá un mamotreto como cualquier otro.
Fuente: http://www.lne.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario