martes, 29 de noviembre de 2011

La arquitectura en Formentera

MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ | IBIZA ­­Aunque toda la edificación tradicional del archipiélago pitiuso –casas, iglesias, cisternas, pozos, norias, molinos, etc.– mantiene un aire familiar y todas las construcciones de nuestras islas tienen algo específico que nos permite identificarlas, a renglón seguido hay que advertir que las arquitecturas de una y otra isla –al margen de algún caso que comentaremos–, tienen manifiestas diferencias. Es un hecho que sorprende cuando las circunstancias geográficas, climatológicas, ambientales y culturales, son las mismas en una y otra isla. Y, más aún, cuando la primera población de Formentera a partir de la conquista catalana de 1235 y de la repoblación que tuvo lugar a partir del siglo XVIII, después de la deshabitación que sufrió la isla entre los siglos XV y XVII por la peste negra y las razias sarracenas, la llevaron a cabo ibicencos que, en buena lógica, hubieran debido mantener en sus construcciones los parámetros de la arquitectura que se hacía en Ibiza. Son cambios, por otra parte, que no pueden atribuirse –como se ha dicho– al hecho de que hubiera una economía más estricta en Formentera, pues las construcciones ibicencas ya eras de una sobriedad espartana, una forma de habitación que solo crecía cuando la familia aumentaba. La casa ibicenca tradicional nace de la necesidad y la utilidad, y en su origen solo tuvo porxo, cocina y dormitorio, estancias a las que, solo después, cuando surgían nuevas necesidades, se iban añadiendo habitaciones. Las diferencias de la arquitectura formenterense respecto a la ibicenca no pudieron tener, por tanto, motivos económicos.
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Las coincidencias entre la edilicia de una y otra isla sólo se dan en la horizontalidad, la distribución interior, la orientación, el enjalbiego y la ubicación en lugares elevados, cosa que no siempre era posible en Formentera, dada la planicie de su zona media. En todo caso, los asentamientos antiguos, –Sant Francesc, Sant Ferran de ses Roques y la parroquia de Pilar de la Mola– están en zonas altas. Las diferencias de una y otra arquitectura, en todo lo demás, particularmente en su aspecto exterior, son muy evidentes, circunstancia que no nos impide calificar algunas construcciones formenterenses como estricta arquitectura pitiusa. Es el caso de la iglesia de Sant Francesc (1726-1738), templo imponente por su cerramiento, su estructura castrense, su volumetría ortogonal, el protagonismo de su masa y sus techos planos. Y otro caso, a menor escala, lo tenemos en la iglesia del Pilar de la Mola (1771-1874), de factura más sencilla, pero que también responde a los parámetros constructivos tradicionales. Son, no obstante, excepciones que confirman la regla.
Lo cierto es que las casas de Formentera, en su gran mayoría, no siguen la pauta modular que vemos en Ibiza, la estricta ortogonalidad de sus cúbicas estancias solapadas, con distintas alturas y con una equilibrada asimetría que en ningún caso pierde la unidad de escala. Tampoco tienen el cerramiento que vemos en las construcciones ibicencas y sorprende, asimismo, que, siendo el riesgo de ataques piratas mucho mayor en Formentera, no encontremos en sus construcciones la torre predial que tan común es en las casas ibicencas. Y una última diferencia sustantiva es el techo plano de arcilla, algas, cañas y vigas de sabina, que es una constante en las casas ibicencas y que deja de hacerse en Formentera, donde son más frecuentes las cubiertas con tejas y a dos aguas, una variante que causa especial extrañeza cuando el clima de Formentera es más africano y seco que el de Ibiza; y una opción, por otra parte, que no tiene nada que ver con el hecho de recoger una lluvia siempre escasa en las cisternas, pues también se consigue cuando, como se hace en Ibiza, los techos planos tienen la necesaria inclinación de desagüe. El techo a dos aguas que tan común es en Formentera tiene una explicación más sencilla: según parece por los datos que tenemos, las casas más antiguas de la isla tuvieron, como las ibicencas, el techo plano, pero no así las que se hicieron después, en los siglos XIX y XX, construidas por ibicencos y formeterenses que habían emigrado y que, al regresar a las islas, adoptaron las formas constructivas foráneas y, con ellas, los techos a dos aguas que consideraban menos ´primitivos´, con menos mantenimiento al no exigir las tejas el periódico aporte de arcillas para impermeabilizar las cubiertas y que, por su mayor inclinación, eran menos dados a retener aguas. Es incluso posible que hacer las casas diferentes fuera también una forma de ´significarse´. De hecho, en Ibiza registramos el mismo fenómeno –construcciones que abandonan los parámetros tradicionales– en casas que sus constructores consideraban más ´modernas´. Un ejemplo muy claro lo tenemos en las casas de los indianos. Dicho esto, quede claro que no he subrayado las diferencias de la edilicia formenterense como carencias o defectos, porque no lo son. Solo digo, eso sí, que la edilicia tradicional de las islas que se originó en Ibiza es la que determina el arquetipo que conocemos hoy como genuina arquitectura pitiusa.
Fuente:http://www.diariodeibiza.es

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