La nueva arquitectura se asoma al mar con audacia y decisión. Y lo hace con dotaciones ciudadanas, edificios que potencian las relaciones y que crean espacios para el ocio, la cultura y los negocios. El cambio fundamental en la mayoría de las ciudades europeas y americanas ha sido la contracción de los espacios industriales asociados a la actividad portuaria, presionados en los últimos decenios por la expansión urbana. Nada nuevo ocurre en Santander, más bien es la capital cántabra la que se suma tardíamente a lo que ya han experimentado la mayoría de las capitales marítimas europeas y americanas: Amsterdam, Liverpool, Boston, Nueva York, Lisboa, Oslo, Hamburgo...
El aprovechamiento y redefinición de los frentes marítimos como el que está en marcha en Santander ha tenido un efecto revitalizador de la vida ciudadana, un objetivo que se busca en la capital cántabra al añadir a la trama urbana 190.000 metros cuadrados de suelo hasta ahora cerrado a los vecinos y ocupado por distintos servicios portuarios.
Estas operaciones urbanísticas no han estado exentas de la polémica que persigue a la nueva arquitectura y a las modificaciones drásticas del espacio ciudadano. Sin embargo, las resistencias conservadoras al cambio no han triunfado –y los doce edificios que aquí se muestran son la prueba– y a la audacia en las decisiones políticas se ha unido la voluntad de modernidad y cambio. Y el éxito ha acompañado a la mayoría de los proyectos, que han visto como los edificios se convertían en imanes para una nueva definición de la actividad urbana a su alrededor.
Atracción irresistible
También cabe pensar en la atracción irresistible de una cierta necesidad de diferencia, que busca faros arquitectónicos que sirvan de impulso mediático y de altavoz propagandístico. Un nuevo orgullo ha convertido a estos museos, auditorios o, incluso, centros de oficinas, en símbolos de la ciudad en la que están enclavados.
Ese es el camino, que no sin resistencias, inicia ahora Santander y que tiene dos hitos inmediatos bien definidos: la ampliación del CEAR de Vela, obra de Alejandro Zaera, y el futuro Centro de Arte Botín, de Renzo Piano. Y este desafío se aborda en el peor momento económico posible y con las cuentas públicas sometidas a constantes recortes. Por ello la reforma del Frente Marítimo nace con una premisa que condiciona en parte su desarrollo: es un proyecto autofinanciable, es decir de las plusvalías que se obtengan de la venta de terrenos y concesiones saldrá el presupuesto que facilitará el abordar las nuevas dotaciones y usos que se persiguen. Sólo las dos primeras actuaciones (que deberán estar listas para el año 2014) quedan al margen de esta condición: la ampliación del CEAR de Vela, ya abordada con aportaciones de las administraciones, y el Centro de Arte Botín, financiado íntegramente por la Fundación Botín con una dotación de 60 millones de euros y con siete millones anuales para su mantenimiento y desarrollo. De ahí que el debate sobre la ubicación del Centro de Arte Botín no sea baladí. Todo estriba en la casi imposibilidad práctica y económica de un hipotético traslado tanto a Varadero como a San Martín, algo por lo demás rechazado de plano por el Ayuntamiento de Santander y por el resto de las administraciones implicadas, que creen que la ubicación en Albareda del proyecto de Piano es una condición indispensable para su éxito futuro.
Pero el principal escollo para el resto del frente es, sin embargo, económico. La ocupación de los solares de Varadero y San Martín (de los que saldrán las plusvalías necesarias) dejaría el resto del proyecto del Frente Marítimo huérfano de financiación, lo que es tanto como decir encerrado en un cajón, ya que sin posibilidad de aportación privada vía licencias y concesiones sólo quedaría la apelación a la inversión pública. Casi una utopía en estos tiempos.
Hito inicial
Si cabe marcar un inicio cercano de este tipo de operaciones en el que la voluntad política se alía con la mejor arquitectura para cambiar la pequeña historia de una ciudad habría que fijarse en las antípodas, cuando la Ópera de Sidney, construida entre 1959 y 1973 y obra del arquitecto danés Jörn Utzon, se convirtió en el gran símbolo de Australia y en el edificio pionero en la utilización de formas geométricas de gran complejidad.
Y también se asomaba a la bahía con una rotundidad desconocida hasta entonces, lo que provocó polémica pública y política. Incluso el entonces primer ministro australiano sostenía (el edificio era promovido por el Estado de Nueva gales del Sur), que no era la ubicación adecuada. Y tampoco hay nada nuevo bajo el sol en otros aspectos: el sobrecoste de las obras fue de un estratosférico 1.400 % y acabó con el despido del arquitecto. Hoy la Ópera de Sidney es indiscutible... y Patrimonio de la Humanidad.
Esa cualidad icónica es lo que buscan la mayoría de las ciudades, una búsqueda que ha ido pareja a la eclosión de los arquitectos estrella y a la multiplicación del efecto llamada. Porque, efectivamente, los edificios se convierten en activos culturales, turísticos y sociales, un empeño que cabe aducir a la hora de juzgar, por ejemplo, las intenciones del Ayuntamiento de Santander y de la Fundación Botín con respecto al Centro de Arte Botín, en particular, y a la reforma del Frente Marítimo en general. La centralidad en la ubicación del edificio de Renzo Piano, criticada por un sector de la población santanderina, se convierte así en una de las claves del proyecto, ya que perdería parte de su cualidad de foco de atracción en otro lugar.
Si la Ópera de Sidney marcó un camino, el Kursaal de San Sebastián es el recuerdo también de una apuesta audaz y moderna llevada a su fin pese a una oposición frontal. El memorial de agravios de una parte de la ciudadanía de San Sebastián –el proyecto de Rafael Moneo suponía la intrusión de dos rocas de luz y cristal en la arquitectura clásica de estilo francés de San Sebastián, en lo que era el mejor solar de la ciudad, interrumpiendo la vista de la fachada marítima y rompiendo la escala de su alineación– es asimilable a las críticas escuchadas hasta ahora en Santander. Sin embargo, el paso del tiempo ha acallado las voces. Se diría –parafraseando la respuesta de Picasso a Gertrude Stein ante el desagrado que le produjo su retrato: «No se preocupe, acabará pareciéndose a él»– que los donostiarras han asimilado a Moneo, no solo por la bondad arquitectónica de su propuesta, sino por los beneficios de todo tipo que ha acabado representando para la ciudad.
Edificios de la nueva arquitectura, ejemplos de hoy en un entorno clásico como el Museo de Liverpool, inaugurado este mismo año. Una gigantesca escultura blanca de 13.000 metros cuadrados varada entre las ‘Tres Gracias’ los principales edificios históricos del frente portuario de la ciudad británica, obra del estudio danés de arquitectura 3XN. El arquitecto Kim Herforth Nielsen recalca la cualidad de su obra como punto de encuentro ciudadano: «se mezclan los visitantes, los vecinos de Liverpool, los amantes de la historia que acuden al museo. Todos pueden sentarse a sus puertas y observar las vistas sobre el estuario del Mersey».
Y no todo son obras de relumbrón y grandes presupuestos. En la ciudad noruega de Rorvik emerge como un barco vikingo el Norveg, un museo y centro cultural que ha puesto a esta pequeña población costera del norte en el mapa de la arquitectura mundial, propiciando visitantes y animando a la inversión en la propia comunidad.
Es ese intangible, mezcla de optimismo, orgullo ciudadano, confianza en las propias posibilidades y aprovechamiento de las oportunidades únicas lo que aseguró en su momento la culminación de los doce proyectos que aquí se recogen .El futuro dirá si la ocasión que se le abre a Santander sigue el mismo camino.
Fuente:http://www.eldiariomontanes.es
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